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Ahora que nuestro propietario, por fin, se ha dignado a censarnos con la excusa de estampar su exlibris en las primeras páginas de cada uno de nosotros ya sabemos cuantos formamos parte de esta nuestra comunidad. Aún y con todo, he decidido omitir la cifra ... y pecar de modestia que ser señalado por todo lo contrario. Para algunos, tal vez fuésemos muchos; para otros, es posible que demasiado pocos. En el fondo creo que este dato carece de relieve. Nuestro valor, el mío y el de todos los volúmenes que me rodean, no reside en el número sino en lo que representamos tanto a título individual como a título colectivo. Si me expreso en estos términos es porque tengo la certeza de que, con el paso de los años, hemos terminado por convertirnos en su educación sentimental, en el espejo de nuestro propietario, de su alma, inquietudes, afanes, obsesiones y sueños. Toda No hay nada en su vida que nosotros no sepamos o que nos sea ajeno.
Basta revisar uno por uno los anaqueles en los que estamos colocados para comprobar que en estas hileras, más o menos ordenadas, figuran todas las pasiones, todas las manías, todas las aspiraciones que han alimentado su vida desde algo menos de medio siglo: de la ciencia ficción inicial a la fenomenología de las religiones pasando por la antropología, la filosofía, la paleontología, la cultura del vino, los estudios sobre el campesinado, el budismo, el cambio social, la globalización, el alpinismo, los viajeros decimonónicos, Asia Central o el Cáucaso. En esas estanterías conviven en armonía las obras completas o casi completas de escritores tan dispares como Graham Green, Patrick O´Brian, Jorge Luis Borges, Thomas Mann, Paul Auster, John le Carré, Lawrence Durrell, Jack Kerouac, Bruce Chatwin, Gustave Flaubert, Vladimir Nabokov, James Ellroy, Joseph Conrad, Pío Baroja, Peter Matthiessen Marcel Proust, Alejo Carpentier, Álvaro Mutis, Ramiro Pinilla, Carlos Fuentes, Italo Calvino, Julio Cortázar, Robert Graves, Mircea Eliade o Joseph Campbell. Esta lista, de la que aún faltan algunos autores, delata, en apariencia, unos gustos muy heterogéneos, pero que no lo son tanto si consideramos que los autores mencionados son contemporáneos, varones y, además, forman parte de un canon o un orden occidental que, por otra parte, parece tener los días contados. Digo esto porque, a poco que nos detengamos en el listado, comprobaremos que no hay ni referencias femeninas, ni novelistas racializados, ni representantes de minoría alguna. En fin...
Somos, no podemos evitarlo, productos de una época, frutos de una trayectoria intelectual y sentimental que ya no se lleva y que pronto, muy pronto desaparecerá. Lamentablemente, ese es el fin que preveo para mi y para mis compañeros. Imagino que no será ni súbito ni cruel, no tanto como el de nuestro propietario. Seguramente nos dispersaremos y perderemos la unidad que ahora poseemos, pero a cambio es posible que adquiramos una segunda vida o entremos a formar parte de un nuevo y mejor relato.
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