Secciones
Servicios
Destacamos
Creo recordar que allá por los inicios de la década de los 80, en pleno ocaso del punk, se popularizó una frase que decía algo así como: vive rápido, muere joven y deja un bonito cadáver. Después de unas cuantas búsquedas, he logrado descubrir que ... el origen de esta ocurrencia hay que buscarlo en una película estrenada a finales de los años 40 que se titulaba 'Llamad a cualquier puerta' y cuyo protagonista era Humphrey Bogart. Este drama judicial, dirigido por Nicholas Ray y que pasó por las pantallas sin pena ni gloria, contenía una escena en la que Nick Romano, el delincuente juvenil defendido por el abogado encarnado por Bogart, entonaba las siguientes palabras: «Live fast, die young and have a good-looking corpse».
No sé a quién o qué hay que atribuir el hecho de que, tras décadas de olvido, esta sentencia volviera a difundirse y a gozar del favor de unos jóvenes cuyas circunstancias vitales estaban en las antípodas de las experimentadas por sus homólogos de la postguerra. De lo que sí estoy seguro es de que la apelación contenida en esa oración tenía carácter individual, estaba destinada a personas concretas, no a colectivos o colectividades genéricas y, por consiguiente, abstractas. Si hago esta precisión es porque, al paso que vamos, quien está viviendo rápido y va a morir joven, demasiado joven, es nuestra propia civilización, la humanidad de la que formamos parte. Las causas las conocemos todos: agotamiento de recursos no renovables, contaminación, cambio climático, sobreexplotación de ecosistemas... La suma de estos y otros factores nos está abocando a una crisis que ni podemos ni deseamos evitar a tenor de las resistencias y de la incapacidad que estamos demostrado para adoptar medidas o compromisos que aminoren y retrasen el colapso. Un colapso cuyas primeras consecuencias serán la disminución dramática de la población mundial y el retorno a un estilo de vida más sencillo y primitivo que el que ahora conocemos.
El coste de esta transformación será, sin duda, altísimo. Sin embargo, tal vez sea el único modo de que nuestra especie sobreviva y corrija la deriva tecnocientífica en la que nos embarcamos mediada la Edad Moderna cuando decidimos creer que la Tierra se encontraba a nuestra entera disposición y nos desentendimos de la naturaleza y de las criaturas con las que deberíamos haber compartido el mundo. Si este planeta nos da otra oportunidad –y no dudo de que será así– deberemos adoptar las mismas estrategias que nuestros antepasados empleaban para relacionarse con la naturaleza y las formas que adopta. Comportamientos que recuperen la conmoción y la veneración que ellos sentían por el misteryum tremendum et fascinans que la constituye y del que se rodea, por la sagrada fuerza que la habita y late y se extiende a todo lo que respira o yace inerte a nuestro alrededor. También nuestra alma es obra de la naturaleza.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.