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La economía española se contrajo un 0,5% en el primer trimestre como consecuencia de la tercera ola epidémica. Una caída ya reflejada en la negativa evolución del empleo en ese periodo y cuyo pronóstico había obligado con anterioridad a rebajar las previsiones de crecimiento para este año, fijadas por el Gobierno en el 6,5%. Tanto la Eurozona como el conjunto de la UE experimentaron un similar retroceso del PIB y entraron en recesión, fundamentalmente por la incidencia de la pandemia en una Alemania que mantiene fuertes restricciones. Cuando era de esperar que la actividad comenzara a recobrar brío, la nueva escalada del virus castigó de forma severa el consumo y la inversión hasta lastrar las perspectivas de recuperación. Como consecuencia de ese panorama, el Ejecutivo ha elevado hasta el 8,4% el déficit público previsto para el presente ejercicio –siete décimas más–, tras el 10,97% alcanzado en 2020. La magnitud de la crisis sanitaria y su imprevisibilidad no solo explican las dificultades que atraviesa la economía, sino que tienden a conformar un argumentario justificativo de todo cuanto sucede que, de alguna manera, atenuaría la percepción de su gravedad. La propia ministra de Hacienda, María Jesús Montero, alegó ayer que, habiendo soportado un desfase en las finanzas públicas inferior al estimado en el año del COVID, el empeoramiento de las expectativas para 2021 dispone de un colchón inicial. Pero lo que las circunstancias han desbaratado es la credibilidad de las cuentas del Estado que, si tras la crisis de 2008 perdieron verosimilitud, hoy no actúan como una referencia suficientemente sólida como para que empresas y consumidores adopten decisiones o las pospongan sobre un calendario prefijado. Es lo mínimo que las instituciones de gobierno deben ofrecer para apurar las oportunidades de crecimiento; y es lo que se echa en falta, sin que anuncios imprecisos de inversión pública o enunciados retóricos de compromisos de alcance puedan suplir las carencias de un horizonte más nítido.
La UE se está quedando atrás respecto a las demás potencias en cuanto a la puesta en marcha de estímulos públicos, por mucho que la Comisión y el Consejo hayan suspendido temporalmente la disciplina presupuestaria. Y España no se ha visto afectada solo por la tercera ola; comienza a resentirse también de no saber si algo de los fondos europeos llegará a tiempo de paliar el retroceso de la ansiada recuperación.
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