Al principio regañaba al yayo Tasio por esa costumbre suya de leer con lupa la página de esquelas. No es ya que la escrute cada mañana con minuciosidad de forense, sino que hay días en que es la única sección del periódico en la que ... repara. Las noticias nacionales le parecen superfluas, las locales ya las conoce para cuando las ve impresas a media mañana y los deportes nunca han estado entre sus preferencias vitales. Sin embargo, los recuadros en los que el periódico actualiza los que ya no están resultan imprescindibles para el abuelo. Se le puede pasar tomar la pastilla de la tensión, pero nunca chequear los muertos. Yo lo creía un hábito feo. Entre irrespetuoso e indiscreto. Como si fuera un mirón baboso que pega el ojo a un agujero, aunque al otro lado no hay un cuerpo cimbreándose con despreocupación, sino alguien dándose de baja definitivamente de la vida a su pesar. Tasio no lee las esquelas con ese afán. En su gesto no hay morbo ni falta de educación. Todo lo contrario. La suya es una lectura prospectiva, analítica y hasta humanística, al final de la cual concluye cómo ha sido al biografía del finado. El propio tamaño de la esquela le dice mucho; desde esas que ocupan media página como si el difunto no cupiera en la caja, hasta aquellas minúsculas, con el mínimo de módulos con los que parece que el dueño no quisiera hacer ruido al salir. Esquelas en las que hay tantos hijos, sobrinos, primos, nietos, bisnietos y demás familias que las letras se comprimen hasta quedar aplastadas, y esquelas casi en blanco por falta de parentela. Esas dan un poco de pena a Tasio. Tanto como las que revelan que alguien ha dicho adiós a los 99 años, después de una vida azarosa, y en vez de encumbrar una cifra redonda se queda a las puertas de cumplir un siglo. Esquelas crípticas y rutinarias; con fotos de joven o alguna frase lapidaria en el encabezado; de las que invitan al descanso eterno o informan de que la familia no recibe; unas que incluyen el apodo y otras con más apellidos que un rey emérito. Esquelas en las que nunca quisiera leer el nombre de usted.
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