El infierno

De pequeños, mientras nos enseñaban a buscar las referencias en la Biblia, los ojos se nos iban al Apocalipsis, a aquellas historias de jinetes expandiendo plagas por la humanidad, a lo del número de Bestia y cosas así. Como novelistas no tenían precio.

Lo más parecido al infierno que, de momento, hemos tenido ha sido la ola de calor de la semana pasada. Al menos aquí teníamos piscinas y ríos para refrescarnos. Los popes de las religiones no dicen nada de piscinas y albercas, que ellos son más de torturar eternamente las almas de los pecadores, recuerden.

Más gracioso que lo de los jinetes y lo de la bestia y su número son los discursos de los negacionistas del cambio climático, que más o menos son los negacionistas del COVID, los negacionistas de las chuletas al sarmiento y los negacionistas de la piña en las pizzas. Mentes privilegiadas, sin duda.

Cuando hace tanto calor me acuerdo del primo, catedrático de Física, de aquel presidente del Gobierno. «He traído aquí a diez de los más importantes científicos del mundo y ninguno me ha garantizado el tiempo que hará mañana en Sevilla. ¿Cómo alguien puede decir lo que va a pasar en el mundo dentro de 300 años?», decía. Lo dicho, a nada que haya una pileta en el infierno no se estará tan mal.