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Qué tiempos aquellos en los que los presidentes del Gobierno de España ganaban reprís para agotar las legislaturas apoyándose en el brazo interesado del PNV. Éramos muy felices y no lo sabíamos: teníamos claras las reglas del Estado de Derecho, las instituciones gozaban de esta ... estabilidad y España progresaba como nación económica e internacionalmente. Sí, vivíamos en una Arcadia feliz. Pero la cosa empezó a torcerse con un jefe del Ejecutivo contador de nubes que comprometió unos traspasos competenciales al País Vasco ante los que el Tribunal Constitucional llevaba décadas frunciendo el ceño. España no se rompió entonces. Pero se desequilibró de forma irremediable. Y la frágil balanza de la equidad entre territorios terminó por decantarse injustamente hacia uno por meros intereses políticos provocando de paso una hemorragia soberanista en Cataluña. Que es la que le pilló al siguiente presidente, el que no entendía su propia letra, fin de la cita, y que cayó en la trampa secesionista tendida por los anticapitalistas y los 'jordis, liquidadores del nacionalismo moderado catalán. El famoso 'procés', al que solo cabía responder de dos formas: primero, aplicando el artículo 155 de la Constitución, y segundo, sometiendo a los políticos delincuentes a la Justicia.
Y, ahora, los indultos. Por concordia, por restituir la convivencia, por superar este desgarro social. Porque ¿cómo podemos dudar de que el presidente actual sea el primero que no se mueve por asegurarse el Falcon? Ya.
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