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Bueno. Pues es definitivo. Habrá 'brexit', sí o sí. Probablemente, a finales de enero y, según el acuerdo pactado con la Unión Europea en octubre. Así lo han decidido los británicos en las urnas. Tenían que elegir entre lo malo (el extravagante Johnson, conservador, decidido ... a poner la directa para salir de la Unión Europea) o lo peor (el radical Corbyn, laborista, al que el electorado ha castigado por su ambigüedad en este asunto capital). Y eligieron lo malo.
En su primer discurso tras derribar el 'muro rojo', el tory de melena cuasi albina permanentemente alborotada se dio por satisfecho: «Por fin saldremos de la UE y recuperaremos el control de nuestro dinero, de nuestra emigración, fronteras y leyes». No hay más preguntas señoría... ¿O sí?
Con la venia. ¿Johnson se cree la oferta comercial de su primo hermano y colega de estilismo Trump? o ¿es consciente de que el único interés de Estados Unidos es debilitar a Europa? ¿La versión mercadillo de Churchill piensa en la Commonwealth -lo hizo en su momento May-, como opción para evitar la caída al vacío del Reino Unido? ¡Ay! ¡Qué tiempos aquellos en los que la mantequilla llegaba de Nueva Zelanda y no de Francia! Pues tras la adhesión a la Comunidad Económica Europea (CEE), las relaciones comerciales de Londres con esta mancomunidad de 53 países soberanos pasó a un segundo plano y el flujo de negocios se redirigió hacia los nuevos socios de la UE. Toda la visión cambió de forma radical y el Reino Unido dejó de considerar una isla a Europa, aceptando que ellos no son el continente. Pero, ¿ahora qué, con casi la mitad de sus exportaciones a Europa? ¿A por el imperio 2.0? ¿Really Boris?
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