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La muerte del emir Abu Ibrahim al-Hashimi al-Qurashi, supuestamente inmolado junto a miembros de su familia durante una operación de las fuerzas especiales de EE UU en el noroeste de Siria, proporciona a Joe Biden la correspondiente caída de un dirigente yihadista que ... adorna el mandato de los últimos presidentes. Al actual le llega con su popularidad bajo mínimos, en medio del intento ruso de devolver al mundo a la Guerra Fría y asediado por la presión inflacionista, por lo que Biden difícilmente obtendrá un gran rédito de la desaparición del último líder del Estado Islámico (EI). Una figura de perfil mucho menos exhibicionista que su antecesor Al-Bagdadi, pero sin duda embarcado en un nuevo intento de reorganizar las filas terroristas y activar las células durmientes que el grupo conserva en los territorios sirio e iraquí para desarrollar ofensivas como la que el 20 de enero trató de apoderarse de una cárcel controlada por milicias kurdas. Este ataque, saldado con una carnicería, recuerda que el EI pronto tendrá un sustituto de Al-Hashimi que seguirá aspirando a revivir el califato. Afrontar esta amenaza permanente es la tarea que la coalición occidental ha dejado inconclusa.
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