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La última fantasía de Elon Musk ha sido anunciar que en pocos meses su empresa Neuralink será capaz de implantar chips en el cerebro humano y empezar una carrera para lograr curaciones ahora imposibles. Los circuitos integrados estarían conectados vía Bluetooth a un ordenador desde ... el que enviar las órdenes al cerebro. Para dar una mayor credibilidad a su sueño megalómano no dejó de mencionar el desafío en cuestiones éticas que podría suponer esa intervención en la voluntad de los humanos y un posible futuro al estilo de los que imaginaba Isaac Asimov en la rebelión de los robots. Como si las cuestiones éticas le quitasen el sueño al visionario especialista en comerciar con la ingenuidad y el deseo de felicidad eterna que anida en todo humanoide. Pero Musk ha encontrado un modus operandi para dotar a su negocios de un ánimo altruista y bienhechor.
Lo que sí conoce bien el empresario sudafricano son las pasiones humanas, la facilidad para creer en lo imposible si le ofrecen un mundo feliz en el que desde una simple depresión, hasta una tetraplejia, pudieran curarse con un chip y un ordenador. Esta película lleva vendiéndola desde que en 2019 anunció el chip milagroso para finales del 2020 y en 2020 que estaría listo en el 21. Ahora profetiza que será para el verano próximo. Todo parece de manual de ventas de embaucador. Cuando los negocios de Elon Musk se tambalean por problemas en los siniestros de sus Tesla sin conductor o la compra de Twitter revela su faceta de gestor salvaje o el Hyperloop es imposible, se saca del sombrero otro prodigioso conejo. Antes del chip milagroso fue el robot casero. Por unos poco miles de dólares todos podríamos tener en casa a «Optimus».
Obediente para hace la limpieza, la colada, acostar a una persona con problemas de movilidad, cocinar y hasta leernos en voz alta el periódico. De una u otra forma él logra vincular su imagen y sus empresas a la esperanza, al bienestar y a la prosperidad. En plena insurrección contemporánea contra la muerte, es negocio seguro ofrecer una vida sin fin, sin dolor. En un mundo de viejos con cuentas corrientes bien repletas, el transhumanismo cada vez tiene más adeptos. Como cuenta el sociólogo Le Bon, en Alemania y Japón, venden más pañales para los mayores que para los bebés. Musk es el anti-Aldous Huxley. Él promete un mundo feliz pero sin castas. Todos con acceso a la felicidad. Mientras, muchos otros han encontrado en el catastrofismo (superpoblación, hambre, pobreza, inundaciones, sequía, calentamiento), la fórmula para vender su mercancía, basada en el miedo, Elon Musk ha encontrado su nicho de negocio en vender optimismo, esperanza y felicidad. Pero la realidad prosaica es que ni el mundo va a ser el infierno de Dante, ni alguien va a encontrar la piedra de la felicidad eterna.
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