Idioma de supervivencia

Varios festivales la tuvieron en su sección oficial y acaparó el premio al mejor montaje en Valladolid y el premio del público en Sevilla. La acción se sitúa en 1942. Un joven judío, Gilles (Nahuel Pérez Biscayart), va a ser fusilado y asegura ser persa para librarse de la muerte. El capitán del campo, que después de la guerra quiere marcharse a Teherán, utiliza al desvalido muchacho para que le enseñe el idioma. Gilles, acorralado y sin posibilidad de escapatoria, ingenia una deslumbrante farsa muy convincente para adulterar palabras y convertirlas en vocablos persas.

El relato, sobre las ganas de vivir y el pundonor para enfrentarse al horror pergeñando un monumental engaño, se articula en la estrecha relación que se establece entre jefe y preso. El oficial nazi necesita a Gilles como instructor y el cautivo se vale de la confianza de su protector para seguir respirando. Un equilibrio difícil puesto que hay momentos que la patraña no se sostiene. Si no fuera por la cuadriculada puesta en escena y el vigor de los dos actuantes, el bulo se desinflaría y la credibilidad, algo cuestionada, se desmoronaría. Toda vez que la picajosa desconfianza de otros mandos militares alemanes acechan la pantomima de Gilles.

Nadie saldrá defraudado de El profesor de persa. Tiene todos los mimbres y elementos del cine de suspense. Es tan fina su red salvadora que la sostiene que a punto estás de pedir la hora. Pero su solvencia narrativa, la cruda escenografía, algunas brutalidades sabidas y la destreza de Giles te hace olvidar su fragilidad. El cine, a veces, tiene este encantamiento, que te atrapa por la emoción de su tramoya perfecta.