La gente te manda audios por wasap como si fueran ministros. O Ana Botín, tan ocupada que no pudo terminar la comida de Masterchef en el Cenador de Amós y solo probó los entrantes. Si ella, todopoderosa, no tiene tiempo para hincarle el diente a ... un mero, tampoco lo tendrá para teclear tres palabras seguidas; seguro que envía unos mensajes de voz que están a veinte segundos de convertirse en un podcast. Y no es la única: en la sala de espera del médico, otra señora manda un audio. «Marta, eso mismo llevo discutiendo con tu tío cinco días, pero está todo organizado para la cena», dice. Marta ya tiene respuesta a las preguntas existenciales de estos días: quiénes somos, de dónde venimos, cuántos nos juntamos. Y nosotros también, que lo hemos oído todos.

Publicidad

Sigo esperando a que me llame el médico. A mi izquierda, charlan una madre y una hija. La chica le cuenta algo acerca de su trabajo. Habla muy alto; orgullosa, quiere que la escuchemos. Será por eso por lo que dice cosas como «implementar» y «poner en valor». Acabáramos: excepto en la frase «Me he implementado cuatro kilos este verano y se me van a juntar con los de Navidad», no acierto a comprender en qué contexto yo utilizaría esa expresión con mi madre. De repente, me doy cuenta de que casi no recuerdo su voz. Y no tengo ningún audio suyo preguntándome cómo estoy, recordándome el santo de una prima, diciéndome que no hace falta que lleve nada para la cena de Nochebuena; tan solo puedo agarrarme a un eco de su risa en mi cabeza. Mientras, en la pantalla de la sala de espera, una rana sentada en un váter te recomienda beber agua para combatir el estreñimiento. Afortunadamente, no tiene volumen. Lo que me faltaba era oír a una rana evacuando.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

¡Oferta 136 Aniversario!

Publicidad