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Disfrutamos los riojanos dándonos patadas en los mismísimos. Y alcanzamos lo sublime poniéndonos estupendos contra lo nuestro. Se lleva mucho ahora, por ejemplo, arramplar contra el ferrocarril. Contra el que aún no existe. Se descuelgan ayer las cooperativas agrarias zumbando a cualquier sugerencia de nuevo ... trazado que permita mejorar las decimonónicas vías por la que ahora solo traquetean, cachazudos, vagones de tercera. Porque afecta a los intereses agrarios de la región, advierten. A los suyos, querrían decir. Como si esos intereses no tuvieran que convivir con otros intereses. Como si los intereses de los demás no tuvieran madre, o bolsillo. Me acuerdo de los también antiferroviarios de la liga fundamentalista de conservación del paisaje; del mismo paisaje en el que menudean naves agrícolas con tejados de chapa galvanizada que sonrojan de feas sin que nadie haya dicho mú en décadas. Y de los autores del monólogo paisajístico que arrasó con huertas y berzales. Aquello sí fue evolución y progreso. El tren, quiá.
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