El segundo aniversario, estos días, de los primeros contagios por COVID-19 diagnosticados en España desde que la pandemia estallara en China traza una memoria sufriente y exhausta ante las dolorosas consecuencias, individuales y colectivas, que ha traído consigo la infección globalizada. La sensación de ... incredulidad que invade aún al recordar la excepcionalidad de estos 24 meses, que la mayoría de nosotros no esperaba que se prolongara tanto, se entremezcla con las certezas del padecimiento infligido por la enfermedad en este trance de la historia mundial. Los cien mil muertos registrados solo en nuestro país constituyen la consecuencia más dramática y lacerante de un virus que obliga a seguir manteniendo cautelas sanitarias como las mascarillas en interiores y medidas de cobertura económica para los más vulnerables como la prolongación de los ERTE. Pero la pandemia ha impreso dos huellas profundas que retan a los recursos de los servicios públicos y a la empatía y el compromiso sociales: la extensión de las patologías psicológicas y el desalentador peso cotidiano que representan ya para nada menos que dos millones de españoles las secuelas del COVID persistente.
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