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El bombardeo de proclamas y señuelos electoralistas que se ha sucedido, sin tregua, durante dos meses ya es pasado. Concluida la última campaña, llega el momento de los ciudadanos llamados a pronunciarse para renovar la representación del pueblo soberano en ayuntamientos, diputaciones, cabildos insulares, las ... cámaras legislativas de doce comunidades autónomas y el Parlamento Europeo.
La verdad pasa por haber sido una de las grandes derrotadas en algunos de los recientes comicios celebrados en diversos lugares del mundo. La desinformación, la manipulación espuria de la realidad, se ha convertido en una de las grandes amenazas de los procesos políticos. Lo cual no representaría ninguna novedad -los candidatos siempre se han dejado vencer por la debilidad de prometer más de lo que saben que pueden dar- si no fuera por la facilidad con la que las mentiras circulan, se multiplican y afinan el alcance de sus objetivos a través del nuevo ecosistema digital.
Mañana las urnas dejarán constancia de la verdad verdadera que supone la decisión inapelable de los electores. La hora de votar es el momento en el que se pide a ciudadanos libres que tomen decisiones responsables. Para ordenar la vida en común. Para mejorar la sociedad en la que viven. Para confiar su futuro a quien crean que es capaz de gestionar mejor la esperanza de prosperidad que les alienta. Para ser, en definitiva, constructores solidarios de la verdad en la que estarán instaladas sus vidas durante los años venideros.
La suma de las papeletas valdrá en unas horas más que la preverdad con la que partidos, candidatos e incluso algunos sondeos más orientados a crear estados de opinión que a reflejarlos han pretendido influir en la intención de voto. Es posible que el domingo electoral abra también la puerta a un tiempo de postverdad espoleado por la búsqueda de justificaciones y de culpables a la que suelen entregarse quienes ven frustradas sus ambiciones. Pero ni la definida con anterioridad ni la que se elabore después resultará, en cualquier caso, tan rotunda y determinante como la verdad de los ciudadanos llamados a expresar en libertad un pronunciamiento consecuente con su porvenir.
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