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Ya he colocado el limitador de velocidad a 30 kilómetros por hora, y no ha sido un empeño menor. El software que atiende las constantes vitales del coche se ha resistido como gato panza arriba. Demasiado lento, o así, ha advertido impertinente cada vez que ... he pulsado dos veces la tecla menú como indicaba el tutorial. En algún momento que ignoro he debido rozar algún resorte mágico y el 30, negro zaíno enmarcado en rojo pimentón, luce ya en el panel de mandos del auto junto a otros indicadores luminosos cuya función y utilidad mayormente desconozco o, en caso contrario, me declaro incapaz de emplear. Ahora tengo un auto del copón, superinteligente, ecológico y con la EBAU aprobada pero con movilidad reducida. Usain Bolt con muletas. Gento a la pata coja. Patatas sin chorizo. Las calles de Logroño ya se mueven al mismo chacachá del tren que circula por aquí. Al pasar por la estación le he sonreído un señor todo loco y despeinao mientras nos adelantaba por la izquierda con su tacataca turboluxury.
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