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Por lo visto (nunca mejor dicho), las hormigas de la marabunta y la vecinita Marilyn Monroe han levantado los datos de la audiencia de la 2 este verano. Dos películas de los cincuenta, de las que entran en el saco de las consideradas «viejas películas». ... Así titulaba la prensa: «Días de cine clásico: las viejas películas tienen un hueco en la televisión lineal». Siempre me ha chocado la vejez prematura achacada a las películas. Porque si La tentación vive arriba, que tiene sólo 67 años, es una obra 'vieja', qué dejamos para La dama de armiño de Leonardo da Vinci, que tiene 524 y, en cambio, nadie habla de las viejas pinturas de Leonardo. Pero asumiendo esa readministración de las edades en artes o actividades que aún tienen un histórico relativamente corto –127 años cumplirá el cinematógrafo este diciembre, más que instagram pero menos que la pintura al fresco–, consuela el que el envejecimiento de muchas viejas películas sea envidiable y que algunas de ellas parezca que han hecho un pacto con el diablo (que sale en unas cuantas, y también diablesas). De hecho, desde el minuto (y fotograma) uno de este invento, fue tachado como práctica nigromante y un punto diabólica. La censura también opinaba lo mismo de Marilyn y hasta de las hormigas de la marabunta (de las que, en su estreno en España, corría la especie, medio chiste medio seria, de que en la versión original no eran hormigas, sino prostitutas). O sea, que muy bien que la pantalla del cine reflote la cuota de pantalla de la televisión. En particular, la de la Segunda Cadena, ahora en corto 'la 2', y antes el viejo VHF: cadena, banda que fue siempre el paralelo de «arte y ensayo», digamos, de nuestra TVE. Y siempre digo que, al menos en mi generación –me temo que ya vieja, claro–, nuestro primer cine-club, y una pantalla primordial, pese a la emisión en blanco negro por defecto (mi primera marabunta fue de hormigas negras, no rojas) y el tamaño viñeta del televisor; con todo, un pantallón comparado con el visor jíbaro del móvil donde ahora se ven (?) los blockbusters. La programación de cine de la Segunda llegaba en los setenta-ochenta, mi década prodigiosa de infección cinematográfica, hasta donde no llegaba la cartelera. Cubría todos los huecos. Y fueron muchas las noches en las que te ibas a la cama desvelado con una obra maestra en la cabeza y los ojos ardiendo como faros, que diría el poeta Martínez Sarrión. Ya entonces las viejas películas levantaban la cuota (y la emoción) de la pantalla pequeña y te levantaban a ti para ingresar en la cofradía de la pantalla grande. Podría ir citando uno a uno los ciclos de autores, actores o géneros que vi en la Segunda, de King-Kong a Psicosis pasando por La mujer pantera o los Hermanos Marx. Las viejas películas siguen obrando al cien por cien. Funcionan. También en las pantallas de las salas (terra incognita, y vieja, supongo para quien no las ha experimentado). Y no me refiero solo a las Filmotecas. En los ochenta, constituyeron una línea de exhibición, en España, las reposiciones –con «honores de estreno», ésa era la frase con la que se anunciaba en la publicidad, me encantaba ese título de majestad– de películas que antes sólo habíamos podido ver en la televisión, lineal o curva, como el espacio-tiempo. La lista de epifanías a su tamaño natural es muy larga (las cinco del ciclo 'Lo esencial de Hitchcock', en el Diana, por ejemplo, o To be or not to be, en el Bellas Artes de Madrid). Pero aquello se cortó. No en todo el mundo. ¿Saben cuáles eran los títulos estrellas de la cartelera de este verano de 2022 en París, los acontecimientos cinematográficos?: Rashomon, de Kurosawa, 1950, todo Pasolini, desde 1961 a 1975, o las seis películas –desconocidas salvo en su país– de la primera directora de la historia del cine japonés, Kinuyo Tanaka, entre 1953 y 1962. Vemos Carta de amor, la primera que dirigió Tanaka, a sala repleta. Con honores de estreno. Honrado de pertenecer a una cuota irreductible, emocionable y del VHF.
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