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Por principio, hay que desconfiar siempre de los homenajes. Generalmente están más pensados para aliviar la conciencia de quien los otorga que para ensalzar la gloria de quien los recibe. Sé que es un punto de vista muy personal pero yo, si tuviera la mala ... fortuna de fallecer (¡yuyu!) por coronavirus, no entendería que solo por esa razón (el involuntario o tal vez negligente acto de contagiarme y morir) se me hiciera un homenaje... ¿Por qué a los del coronavirus sí y no a los muertos por atragantamiento, por ejemplo? No quiero decir que no haya que recordarlos, llorarlos y demostrar todo nuestro afecto y solidaridad. Eso, por supuesto. Pero sigo pensando que el concepto homenaje, entendido como demostración pública de admiración por algún hecho o gesto relevante del homenajeado, queda aquí un poco desvirtuado. De hecho, lo está desde hace mucho tiempo porque hoy en día se da un homenaje cualquiera, basta con que pida ostras como aperitivo...
Tanto se ha devaluado la cosa que no me extraña que en Navacerrada unos supuestos bailarines hayan organizado una especie de akelarre lisérgico y se lo hayan vendido al ayuntamiento como un sentido homenaje a las víctimas del coronavirus. Hacer el gamba y decir que es por una buena causa es tan viejo como el mundo. Pero al susodicho consistorio le habría salido mucho más barato poner a bailar en la plaza a los parroquianos de un 'after'... Claro que esa extravagante coreografía de Navacerrada podría ser en realidad una metáfora del homenaje que, por la vía del desfase absoluto, realizan muchos jóvenes cada noche en honor de las víctimas de la covid-19. Tan intenso y eficaz, que estas no paran de multiplicarse.
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