No se dejen engañar queridos lectores por el título, pues tal vez, como en la vida, las cosas no sean lo que parecen, o sí. 'El hombrecillo de papel' es un estupendo cuento de Fernando Alonso, moderno en su esencia bien que su primera edición ... date de 1978, y que tal vez conozcan. La obra cuenta la historia de una niña que aburrida de sus juguetes hace, con papel de periódico, un hombrecito de papel.

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El hombre, tamaño niño, juega con los chiquillos, pero cuando quiere relatar algo solo le salen las cosas tristes y horribles del rotativo. Tras pasar por la lavandería queda impoluto, pero entonces no tiene nada que narrar a los chicos. Pasea, se llena de palabras y cosas hermosas y entonces sí, puede hablar y alegrar y animarles.

Exactamente eso es lo que les pasa a nuestros niños, aunque no nos demos cuenta. Nuestras palabras: esas horrendas, despectivas, insultos, los silencios que son como cuchillos, los halagos, las verdades a medias, las sinceras, las de consuelo, las de ánimo... todas ellas flotan en el aire y como a nuestro hombrecito de periódico se le quedan tatuadas y le salen por la piel, a nuestros pequeños les saltan por la boca y conforme van creciendo, por los actos.

Porque no debemos olvidar que nuestros vocablos, positivos o negativos, suelen acompañarse de gestos, de omisiones o de rictus que echan más leña al fuego amoroso o al deleznable. Y las palabras y los gestos se configuran en actos (buenos o malos) y estos en actitud; y pasa el tiempo y el retoño se convierte en un jovenzuelo con un campo abonado para la incomprensión, la intolerancia e incluso el odio. De nada sirve llevarse las manos a la cabeza: «Pero cómo, por qué, cómo es posible».

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Nosotros en casa –no echemos balones fuera, somos los primeros responsables de la educación de nuestros hijos–, los programas basura, los dibujos llenos de violencia enmascarada en la apariencia infantil, la permisividad con las tablets, móviles, redes sociales, la escasa atención a la amistad no virtual, los medios de comunicación, las modas, los anuncios, los disparatados horarios y programaciones infantiles y juveniles, los ejemplos nefastos de algunos responsables políticos y de figuras públicas, la inconsecuencia a las acciones delictivas de otros jóvenes, la desatención de las personas mayores por la sociedad, la falta de respeto a las personas en general son el caldo donde germinan los odios: racista, ideológico, sexista, edadista, etc.

El pastor alemán Martin Niemöller escribió un poema atribuido a Bertolt Brecht intentando azuzar las conciencias dormidas de los intelectuales alemanes antes de la llegada de los nazis al poder y sus pavorosas consecuencias: «Cuando los nazis vinieron a llevarse a los comunistas, /guardé silencio, / ya que no era comunista, /( ...) / Cuando vinieron a buscarme,/ya no había nadie más que pudiera protestar».

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