Deshidratado, desnutrido y malherido, Brydon tenía un aspecto demacrado pero al menos había sobrevivido. Menos de dos semanas antes, el medico había sido uno más en una columna de 15.000 soldados y civiles que huían de la ciudad afgana de Kabul tras una rebelión ... de los miembros de las tribus locales. Durante la retirada de Kabul a Jalalabad –una distancia de 140 kilómetros–, casi todos los hombres, mujeres y niños habían muerto, emboscados una y otra vez por los guerreros y Brydon fue uno de los pocos supervivientes que vivieron para contar la horrible historia. La masacre fue una de las derrotas más calamitosas jamás sufridas durante toda la época del Imperio británico y un episodio equivalente al desastre de Annual para los españoles en Marruecos.
Hoy, en el verano de 2021, las fuerzas armadas del mundo occidental están de nuevo en retirada en Afganistán y la probabilidad de una catástrofe humanitaria mucho peor es inminente. Igual que los británicos en el siglo XIX o el Ejército de la Unión Soviética que perdió una guerra en Afganistán durante los años 80, las fuerzas extranjeras, encabezadas por los EE UU, ya se han rendido. Pero esta vez la derrota está siendo presenciada por todo el mundo casi en tiempo real. Las consecuencias serán aún más desestabilizadoras tanto para la comunidad internacional como, lo que es más importante, para el propio pueblo afgano.
Los vencedores de esta debacle son los islamistas talibanes, una organización de grupos diversos y radicales. Los talibanes mezclan su afán de gobernar con actividades delictivas como la extorsión y el tráfico de drogas a gran escala –se calcula que más de la mitad de sus ingresos proceden de la venta de opio–. También fomentan el terrorismo internacional: cuando controlaban una gran parte de Afganistán durante los 90 dieron un lugar seguro a Osama bin Laden y Al Qaeda para organizar los atentados del 11-S. Aunque fue expulsado de la capital, Kabul, por las fuerzas estadounidenses a finales de 2001, el grupo ha librado una guerra civil desde entonces contra el Gobierno legítimo del país. Y ahora los talibanes han vuelto, victoriosos.
Muchos miles de afganos intentarán huir en lo que podría convertirse en una crisis de refugiados casi sin precedentes. Pero muchos más quedarán atrapados, sin medios para escapar. Para todos aquellos que desean la libertad de pensar, aprender y vestirse como desean –en concreto, las mujeres y las niñas– el futuro es aterrador. La situación actual es lamentable y muchos han alzado la voz para criticar al presidente de Estados Unidos, Joe Biden, por tomar la decisión de retirar sus tropas que ha precipitado la crisis. Pero tales críticas no son del todo justas. Fue el presidente Trump quien invitó a los talibanes a su residencia de Camp David y posteriormente negoció un acuerdo con ellos para retirar las fuerzas de EE UU de Afganistán antes de mayo de este año. Por mucho que les duela, los republicanos también son los dueños de esta catástrofe.
Esta claro que tanto los republicanos como los demócratas están respondiendo a los deseos del pueblo de Estados Unidos. Desde la decisión de invadir Afganistán en 2001 el precio para EE UU ha sido muy alto. Durante las últimas dos décadas Washington ha gastado más de dos billones de dólares en ayuda militar y civil al Gobierno de Kabul. Y lo que es mucho más importante, unos 4.500 efectivos estadounidenses han pagado la intervención con sus vidas. Según todas las encuestas, hay una clara mayoría de los votantes que han estado desde hace tiempo –y están– a favor de la retirada de sus tropas. Quieren poner fin a lo que ellos ven como una continua pérdida de sangre y dinero que no tiene ninguna ventaja para el país.
Incluso si la decisión de Biden ha sido precipitada, también hay otros Gobiernos que son responsables de la catástrofe que se está desarrollando. Algunos países de la Unión Europea podrían haber hecho más en términos de asistencia militar, ayuda humanitaria y la consolidación nacional de Afganistán. Otros Estados islámicos de Oriente Medio deberían haber hecho más para negociar con los talibanes, por muy difícil que fuera. Y las administraciones de los afganos en Kabul deberían haber aprovechado el tiempo y los fondos aportados para desarrollar sistemas de gobierno más eficientes durante los últimos 20 años. Por desgracia, muchos de los indicadores que miden la salud de sociedad civil y bienestar del pueblo son todavía muy decepcionantes: la corrupción del régimen del presidente Ahraf Ghani era legendaria. Pues Ghani ya se ha ido, pero ha dejado atrás un país en condiciones altamente peligrosas tanto para sus paisanos como para el mundo entero.
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