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Está al caer que una asociación de consumidores exija al Gobierno, o a Ursula von der Leyen, una línea de ayudas para los ídem que sobrellevan con pía resignación el pandémico despelote de los precios de las cosas de comer. Un virus que sangra la ... tarjeta al que pasa por el súper, la carnicería o la joyería del pescao. La tibia contención primaveral en los tickets de alimentación familiar fue un trampantojo. El cierre de la hostelería justificó las alcachofas, los espárragos y las merluzas asequibles para carteras exangües. Hasta el lechal y la ternera perdieron la etiqueta de Louis Vuitton. Pero como si, súbito, hubieran florecido petados restaurantes, figones y asadores, la torta dio la vuelta. De lo que ahora entra en casa, lo único que no ha subido es la nómina. He visto carros de la compra en la línea de caja con menos relleno que las empanadillas de un colegio mayor. Y a un señor hablándole al cajero (automático, no queda otro) de hipotecar la dentadura. Eso o las ayudas, Ursula.
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