Cuando el fragor de la pandemia decrece, llega el momento de elogiar sin retórica el comportamiento ejemplar del personal sanitario, que, sacando fuerzas de flaqueza, ha prestado un extraordinario servicio a la sociedad y al país asistiendo a los afectados por una cruel pandemia que ... ha costado cerca de 30.000 vidas y que hubiera tenido consecuencias mucho más dramáticas de no haber sido por esta atención especial de un sistema sanitario debilitado por crisis anteriores, y cuyo personal, claramente insuficiente, no disponía de los sistemas de protección adecuados. A consecuencia de la mala protección y del prolongado tiempo de contacto con los infectados –todos los sanitarios han tenido que doblar turnos en jornadas agotadoras–, así como de la insuficiencia de controles que debían haber sido prácticamente diarios y del estrés al que se han visto sometidos, la tasa de contagio de ese personal puede haber llegado al 30%. Hay hasta ahora casi 50.000 sanitarios contagiados y 76 fallecidos. Pudieron haber objetado la falta de protección y de recursos para eludir el contagio, pero la entrega profesional de todos ellos ha rayado el heroísmo. No hay que tener pudor con las palabras cuando se trata de calificar un sacrificio tan excepcional.
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