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Por una vez, considerando su renovada actualidad, me permito rescatar una de las primeras columnas que escribí para esta sección, allá por 2004, titulada «Héroes»:

«De la tele surgió un formidable rugido tribal, seguido de un aullido solista: ¡Hay que ver lo que acaba ... de hacer este hombre! ¡Impresionante, señores, im-pre-sio-nan-te!. Y no exageraba, pues el espectáculo era impactante de veras: una miríada de seres con aspecto de humanos saltaban, vociferaban y agitaban los puños en el aire como simios excitados por el mismo estímulo selvático. Pero lo más asombroso fue cuando la cámara se recreó con la efigie del héroe cuya proeza había desencadenado el frenesí de la turba. Pues no era un cirujano arrancando a su paciente de los brazos de la muerte, un profesor metiendo en vereda a su lote de descerebrados o un pianista resultando ileso de las variaciones Goldberg. Tampoco se trataba de un portavoz político reconociendo errores propios o logros del rival, un conductor logroñés deteniéndose ante un semáforo en ámbar o un profesional de la chapuza doméstica apareciendo el día que prometió. Qué va. Sólo era un joven en calzones que acababa de estrellar de un patadón una bola de cuero contra una malla. Nada, desde luego, comparable a desactivar un explosivo terrorista, llegar a fin de mes con mil euros o emprender otra novela que nadie leerá.

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larioja Al fin, héroes