En el pleno del Parlamento de La Rioja del pasado 9 de mayo, protagonicé una confrontación dialéctica con un diputado de Vox. El mismo diputado que en todos los plenos acostumbra a llamarme «la diputada comunista», término que vaya por delante no me ofende en ... absoluto, como así lo he manifestado en múltiples ocasiones tanto en esta como en la anterior legislatura.
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Todo lo contrario. Me enorgullezco de ser comunista, de defender un modelo de sociedad en el que haya un reparto equitativo de la riqueza, en el que todas y todos tengamos acceso a una vida digna, y me enorgullezco de pertenecer al Partido Comunista de España, que fue uno de los grandes baluartes contra nuestro fascismo autóctono, el franquismo.
No parece ocurrirle lo mismo al diputado de Vox, que considera una ofensa ser llamado «fascista». Parece razonable no sentirse orgulloso de ser calificado como tal, viendo lo que ha supuesto el fascismo a lo largo de la historia. Pero el problema no deriva de la utilización del término, si no de las ideas que hay detrás del mismo. A raíz de este incidente, y de los posteriores esperpentos en el Parlamento que ha protagonizado este diputado de Vox en los últimos tiempos, he querido compartir mis reflexiones después de, por primera vez, compartir con ellos espacio en la casa de todos los riojanos y riojanas.
En estos días he podido hacer una relectura del famoso ensayo de Umberto Eco, Ur-Fascismo (o «fascismo eterno»). Para Eco, que creció en la Italia de Mussolini, todos los movimientos fascistas que habían existido, aunque en lo ideológico fuesen muy variados o incluso contrarios en algunos aspectos (como el caso del nazismo -que era anticristiano y neopagano- y el nacional-catolicismo español), guardaban entre ellos una serie de características típicas que componen este Ur-Fascismo. No se trata de ideas teóricas concretas y compartidas, como puede ser el antisemitismo o el anticomunismo, sino más bien de una serie de comportamientos, estrategias y tácticas, de 'maneras' de desarrollar esas ideas. Umberto Eco señalaba hasta catorce características que pueden servir para identificar como fascista a un movimiento. No es necesario que se cumplan todas ellas estrictamente, aunque sí van de la mano.
Evidentemente no es mi intención hacer un repaso en este texto de todas y cada una, y de comprobar si Vox y sus líderes responden a estas características. Sin embargo, creo importante ejemplificar y explicar algunas. El culto a la tradición es la primera de ellas. Tradicionalismo unido siempre al rechazo al modernismo. Esto en Vox es más que evidente, como en el resto de movimientos neofascistas que se desarrollan en todo el mundo. No son las mismas tradiciones las que defienden los Atl-right norteamericanos y los militantes de la AfD alemana, pero sí comparten ese elemento visceral, irracional, del rechazo al 'mundo moderno' en contraposición con la idealización de un pasado mitológico (en cuanto a irreal).
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La fobia a lo distinto, a la diversidad, es otra de sus características comunes. Umberto Eco manifestaba con respecto al fascismo que «el fascismo crece y busca el consenso explotando y exacerbando el natural miedo a la diferencia. El primer llamamiento de un movimiento fascista o prematuramente fascista es contra los intrusos. El fascismo es, pues, racista por definición». Es evidente que este es otro lugar común de todos los movimientos fascistas, pasados y presentes, incluido por supuesto a Vox, que no tiene complejos en reivindicar, en sede parlamentaria, que solo lo que ellos consideran familias españolas (que no incluye a las que no lo son «de origen») tienen derecho ayudas sociales.
Por supuesto, el machismo es y sigue siendo otra de las principales formas de identificación del fascismo, que desdeña a las mujeres y rechaza las «costumbres sexuales no conformistas» como la homosexualidad. Podríamos seguir así y daría para una tesis, pero no quiero cerrar esta reflexión sin señalar uno de esos elementos comunes que, aunque a menudo pasa más desapercibido, está presente en absolutamente en todos estos movimientos: el Ur-fascismo nace de la frustración individual o social. El Ur-fascismo siempre apela «a las clases medias frustradas, desazonadas por alguna crisis económica o humillación política, asustadas por la presión de grupos sociales subalternos».
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Esta es, en mi opinión, la gran clave: ante una situación de evidente convulsión social post-crisis financiera de 2008 que dio paso a una década (2010-2020) de gran movilización social y política desde la izquierda, y que culminó con la formación del primer Gobierno coalición de izquierdas desde la II República; esa parte de la sociedad que veía peligrar sus privilegios se removió: no pueden soportar que las mujeres y las personas del colectivo LGTBI adquieran los mismos derechos que 'Ellos' tienen, no pueden permitir que 'Sus' negocios económicos estén determinados por «rojos» y sindicalistas… y ante esta situación de frustración y «humillación», se rebelan. Y lo hacen con toda su crudeza, y exponiendo otra de sus características: la cobardía. Porque no hay mayor cobardía que ser cruel con los débiles y sumiso con los poderosos, que es lo que hace Vox desde sus orígenes: cruel con los inmigrantes sin papeles, sumiso con los empresarios que los contratan en situaciones de semi esclavitud. Cruel con el pueblo palestino, al que le niega hasta la identidad, y sumiso con los poderosos sionistas. Cruel con los agricultores marroquís, que sobreviven como pueden, y sumiso con la agroindustria y los tratados de libre comercio, que arruinan al campo español. Y así con todo.
Así que sí, es sencillo retirar la palabra «fascista» del diario de sesiones del Parlamento, lo que no va a ser tan fácil es sacar al fascismo de las instituciones.
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