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El escenario parlamentario da gemas de las que compensan las muchas horas de asistencia, escucha o televidencia. De las que justifican la actividad de un Parlamento y el trabajo de sus taquígrafos (la mayoría taquígrafas) y estenotipistas; cuerpo al que cabe imaginar electrizado por el ... flash-mob de este miércoles; hemiciclón –pocos como éste, desde luego– que tienen que ir reduciendo dactilarmente; dando cuenta, en turnos de cinco minutos y en el menor número de signos posible, de lo pronunciado en la recámara, pero también del contexto, de lo vivido. Me encantaría leer el diario de sesiones del miércoles, por ver cómo ha quedado descrito y reflejado el subidón, y sus matices. A lo largo de esta semana no he podido evitar el ponerme la secuencia bastantes veces, en bucle, como esa canción que colocas a la cabeza de la play-list. La que te euforiza. Es una secuencia perfecta, de una perfección de la que supongo no eran conscientes, en tiempo real, ni sus propios actores y con la que no pueden competir la mayoría de guiones cinematográficos o piezas teatrales. Porque, al igual que el diablo está en los detalles, las cargas de profundidad del match Espinosa de los Monteros-Calviño se sustanciaban en elementos sutiles, incluso al margen del argumentario, y en el caso concreto de la vicepresidenta primera del Gobierno (ya bastante más que su cargo: ha nacido una estrella, seguramente la Nadia Calviño real, la española real), en todo un golpe maestro de retórica parlamentaria, y de retórica en general. Si yo hubiera sido taquígrafo/ estenotipista del Congreso este miércoles hubiera dejado constancia, de una manera sucinta, que de toda la invectiva de Espinosa de los Monteros fue, en cambio, el desdeñoso y como de soslayo «indocumentados» con el que despachó a Podemos, que fue ese adjetivo que pareció como improvisado en el calor del insulto, acompañado, además, con un brazo que señalaba, sin mirar –por ahondar el desprecio–, a la bancada aludida, pues que fue esa cosa tan fea de lo de «indocumentados», al margen del discurso, como digo, lo que le hizo empezar a perderlo todo; sin darse cuenta de que para entonces Nadia Calviño ya estaba en el córner de su escaño apurando el trago de la botella de agua, hiperhidratándose para la asestar la réplica. Y también hubiera levantado yo acta, de no haberme tocado cambio de turno entre uno y otra, de que en la respuesta de Calviño fue en un puente de su tramo final –y aun habiéndose visto animada por los aplausos, completados con rostros de sorpresa en medio de la epifanía desde las primeras frases, nada más verse que se estaba viniendo muy arriba «no conoce» a «no conoce» hasta repasar el listado de las medidas sociales– que fue al final, digo, cuando se consumó el zasca; en el momento en que la vice primera, por añadidura al repaso exhaustivo desplegado in crescendo, puso a Espinosa de los Monteros frente a su propio nombre (o sea, apellido), frente a su señoría y frente a sus palabras, enfatizando y desglosando cada componente de la nombradía: lo de «señor... Espinosa... de los Monteros»; con el acento nobiliario con que resuena el doble apellido. Fue en ese punto, de retorno a la persona del «señor... Espinosa... de los Monteros» en el que Nadia Calviño hizo pesar el grado de perplejidad y de escándalo provocado en la mayoría de la cámara (y ante las cámaras). Y la única responsabilidad de lo afirmado minutos antes. Como cuando en clase la maestra o el maestro trataba de usted al alumno tras... o bien no saberse la lección, o bien no atender o bien encontrarse en un error manifiesto y al citar solemnemente su nombre seguido de sus apellidos, uno a uno, pudiera hacerlo despertar del error, una vez que éste se había demostrado clamoroso y el alumno había quedado en evidencia. De resultas, KO retórico. Y Espinosa de los Monteros no pudo ya levantarse de la lona.
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