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Hace ya dos años bien largos que no aparecía por Logroño una gran orquesta sinfónica y estaba convencido de que tenía que haber hambre de ... sinfonismo como para desbordar el gran auditorio de Riojafórum, sabiendo además que la Euskadiko Orkestra está muy en forma y el programa ofrecido era de los de crear afición. Pues bien, para vergüenza de este pueblo grande e inculto que es Logroño puedo decir que casi había más personas en el escenario que en la sala. ¡Un auténtico bochorno! Ya estamos por méritos propios en la España culturalmente vacía o más bien autovaciada, que lo hemos conseguido a pulso nosotros solitos. Eso sí, cuando aparece anunciado un Paquito el Chocolatero de esos que ha salido algún día en la tele, hay tortas por coger entradas a cualquier precio. ¡De llorar!
El gran atractivo de la noche era conocer al joven director finlandés Pietari Inkinen, que presenta un curriculum internacional muy valioso y que se hará cargo este verano en el Festival de Bayreuth de la nueva producción de la colosal tetralogía wagneriana 'El anillo del Nibelungo', ¡nada menos! Y mereció la pena, con una dirección cuidada, muy matizada, controlando de memoria, sin partitura, cada frase y cada plano, resaltando cosas nunca oídas y consiguiendo sonoridades bellísimas. Fue una interpretación fogosa, muy extravertida, permitiendo excesos sonoros en algunas ocasiones pero, en general, muy vital, intensa y bien trabajada.
El programa era claramente popular y de enorme colorido y vistosidad, integrado en exclusiva por obras señeras del nacionalismo musical bohemio de la segunda mitad del siglo XIX, empezando con la Obertura y tres danzas de la ópera 'La novia vendida' de Smetana para lucir virtuosismo orquestal, que lo hubo, aunque con bastante desmelene por parte de los metales. A continuación se interpretó la Obertura de concierto 'Otelo' de Dvorak, de rica orquestación y sólida construcción sinfónica, muy bien resaltada por director y orquesta, para finalizar el concierto con la soberbia Sinfonía del Nuevo Mundo en una versión 'eléctrica' de alta intensidad. Pudimos comprobar la redondez de todas las secciones de la amplísima plantilla orquestal (14 violines primeros, 14 segundos, 10 violas, 8 chelos y 6 contrabajos ¡un pedazo de cuerda!) y la buena calidad media de maderas, metales y percusión, todos ellos muy implicados con este gran director que parecía dibujar con sus manos cada melodía y cada frase. La Danza Eslava nº 8 de Dvorak fue el brillante bis que puso la guinda a este bonito concierto.
Afortunadamente el programa de promoción que ofrece Riojafórum a estudiantes del conservatorio llevó a un numeroso grupo de jóvenes, que asistieron al concierto con respeto y entusiasmo y que alumbran la esperanza de un futuro para la gran música en La Rioja.
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