Navidad en el Jardín Botánico de Berlín. efe

Que se haga la luz

Quizá la promesa de energía inagotable y limpia también sea pasto de la especulación

Elena Moreno Scheredre

Viernes, 16 de diciembre 2022, 01:08

El regalo universal del mes de diciembre es, sin duda, la promesa de una energía inagotable y limpia, para una Humanidad que se desiguala por momentos a causa precisamente de la energía. Me froto las manos pensando en las posibilidades de este descubrimiento. Pero mi ... Pepito Grillo, esa conciencia que ha crecido tragando sapos en un país de reyes, me advierte de que quizás también esto sea pasto de la especulación y el enriquecimento personal de algunos.

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Recelo de esos conceptos buenistas que llevan el nombre de humanidad y se apellidan sociales. Mas aún en estos días en que cada funcionario tiene su cesta y cada político, su ley a medida. Corramos un tupido velo antes de que invada mi riego sanguíneo la mala leche. La impactante noticia la escuché mientras hacía las maletas para venir a esta ciudad desde la que escribo, Berlín, donde siempre se me remueven cosas. En mi calle estaba el Muro y en la esquina, cuando se abre a un pequeño lago, ahora helado, comenzaba la zona americana. Hay una iglesia de la que solo quedan las torres laterales y en el medio un vacío que recuerda que toda la ciudad fue bombardeada por los aliados.

Camino hacia un mercado navideño moviéndome como Robocop debido a las mallas térmicas y a la superposición de plumas y plumitas; los 9 grados bajo cero no son una broma. Tengo que ir atenta a no resbalar. Anochece muy pronto y Berlín no es precisamente una ciudad iluminada. Una austeridad que les ha llevado a donde están reina por todas partes. La jardinería de las calles nada tiene que ver con la nuestra y el estado de las aceras es un desafío para los traumatólogos. Aquí, la superficie no es algo determinante; lo importante es lo que suceda en el interior, la casa caldeada en invierno que hay tras los cristales.

Quizás por eso, en esta ciudad hay muchos jóvenes que tienen poderosos sueldos, protecciones sociales que les invitan a tener hijos sin que se les rompa la vida, alquileres asumibles aunque no haya farolas ni margaritas en los parterres o bancos donde sentarse. Esos jóvenes han venido de todos los rincones del mundo y han tenido que adaptarse a las costumbres alemanas para poder cumplir las expectativas; respetar a sus semejantes, ser eficientes, renunciar a lo superfluo y ser solidarios con el planeta. Muchos de ellos, hiperformados, muy conscientes del terreno que pisan y llenos de experiencia, quieren volver a sus países llenos de rotondas floridas, de luces que permanecen encendidas más allá de la oscuridad y de calles donde a pesar de los pesares las mujeres no están seguras. Pero hay un pequeño detalle; no hay sueldos decentes, ni viviendas asequibles. Entonces, ¿para qué volver?

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