Que vamos a salir de ésta, que nadie lo dude. No todos, no. Muchos se han quedado por el camino, y cada repaso a los datos (ay, los datos y su poder para esconder personas) nos lo recuerda.
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Pero que se va este 2020, y ... bien está que se vaya y no vuelva. Porque vamos a salir adelante. Pero ojo: no va a ser mañana. Quedan unos cuantos meses, muchos, por delante. Y más vale no hacer el canelo.
Hemos llegado a un punto de la pandemia en el que uno se va dando cuenta de cómo funciona el españolito medio: todo lo que no está prohibido se puede hacer. Sin términos medios, aunque entre el «poder hacer» y el «deber hacer» se alza una cordillera que no se debería cruzar.
No, no debemos hacer muchas cosas que están permitidas. No deberíamos juntarnos con la familia a cenar. Ni deberíamos buscar falsas seguridades para hacerlo. Como los que se agolpan para hacerse una PCR estos días. Una prueba que sirva como salvoconducto de Nochevieja, pese a que no sirva de nada: puede que en el momento de sacarte la muestra no estés contagiado y dos horas más tarde sí. O puede que incluso antes, porque hacen falta unos días de contagio para que la prueba dé positivo.
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Y puede que con esa seguridad, pienses que la mascarilla igual no es necesaria, o que puedes comer con el abuelo. Y así, si no cambia mucho el asunto, esto tiene pinta de que dentro de diez días explotaremos de nuevo. Y de que volverá a morir gente por algo que podríamos haber evitado. Que deberíamos haber evitado.
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