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Que no entiendo nada. Que no sé si todo el mundo se ha vuelto loco o soy yo el destalentao. Que miro a mi alrededor ... y todo lo que veo me parece tan increíble que empiezo a sospechar que algo se me escapa.
Que no soy, en fin, capaz de comprender qué demonios estamos haciendo, qué ostias andamos negociando. Que si 6 o 10 en Navidad, que si irnos a ver a la familia a Murcia, que si a la una y media de la mañana o a las 12, que si barrilitos en Laurel y mesitas en San Juan.
Señores, que por si no se han dado cuenta, esto sigue aún fatal. Que el mes pasado murieron ochenta y pico riojanos, y que si miramos la mayoría de los numeritos importantes (ya saben, esos tan desagradables que esconden personitas detrás) resulta que estamos muy por encima de los umbrales que marca el riesgo «extremo». El extremo, ése que debería tenernos a todos con los pelos de punta. Que mucho peor que en junio. Y no sé si recuerdan junio. Que había que salvar el verano y acabamos a lo loco. El resultado: 188 riojanos, por ahora, muertos en la segunda ola.
¿Que cuál fue el principal factor de riesgo en toda la segunda ola? LAS REUNIONES FAMILIARES. El juntarse en casa durante horas con comida y bebida de por medio, ergo sin mascarilla. Que no sé si les suena, pero a mí me parece una buena descripción de una cena de Navidad.
Pero qué hacemos. Pero por qué queremos empezar una tercera ola cuando ni ha terminado la segunda. Pero por qué queremos que muera más gente. Pero de qué va esto.
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Pilar García-Trevijano, Carlos Morán, José Utrera García y M. Victoria Cobo
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