El gran constitucionalista británico del siglo XIX, Walter Bagehot, insistía en que «la reverencia mística que es esencial para una monarquía son sentimientos que ninguna legislatura puede fabricar... El monarca debe estar por encima del combate de la política, o dejará de ser reverenciado por ... todos los combatientes». Según Bagehot, la monarquía solo puede inspirar respeto si mantiene un grado de discreción y distancia del pueblo porque «el misterio de la monarquía es su vida. No debemos dejar que la luz del día entre en la magia». Lamentablemente, en pleno siglo XXI parece que la familia real británica está decidida a hacer todo lo contrario. Lejos de mantener un cierto misterio, como aconsejaba Bagehot, los dos príncipes de la Casa de Windsor, Guillermo y Enrique, ahora están enfrascados en una cruenta batalla utilizando una amplia gama de medios casi en tiempo real.
La última salva es una serie documental en Netflix que ha atraído a una audiencia masiva. Los programas se han realizado con la colaboración estrechísima del príncipe Harry y su esposa Meghan Markle (duque y duquesa de Sussex por sus títulos oficiales) y la pareja pone de manifiesto sus discrepancias con algunos aspectos del 'establishment' del Palacio de Buckingham. Es una pelea campal que amenaza tanto la reputación de los dos príncipes como a toda la institución de la monarquía e, igual que ocurre en España con el rey emérito, el desgaste podría tener consecuencias más allá del círculo íntimo de la familia real.
Es difícil identificar exactamente cuándo, dónde o por qué se desarrolló la ruptura entre los dos hermanos, entre Guillermo y Enrique. Una de las imágenes más conmovedoras que el mundo entero tiene grabada en la memoria es la de los dos niños andando por los calles de Londres detrás del cortejo fúnebre de su madre, Lady Diana Spencer, quien murió en un trágico accidente en 1997. En ese momento, los hermanos estaban unidos por el dolor, pero en los años siguientes ambos emprendieron sendas distintas. Guillermo siguió una carrera más bien convencional en la universidad de Saint Andrews en Escocia, entrenándose en los cuarteles de la élite militar de Sandhurst y cumplía sus deberes rutinarios de estado. Sabía bien que, como hermano mayor, su destino sería el de un monarca. Harry, el más joven, también se alistó en el ejército pero optó por un servicio mucho más activo incluyendo dos periodos en el frente en la cruenta guerra de Afganistán. Después de dejar el servicio militar, el hijo menor de Carlos III dedicó su tiempo a fundar los Juegos Invictus, equivalente a los Juegos Olímpicos para veteranos enfermos o heridos en guerras como la de Afganistán.
Los caracteres muy distintos de los dos príncipes se manifestaron también en su elección de pareja. Guillermo se enamoró de una compañera de clase en la universidad, Catalina Middleton. De la alta burguesía británica, la señorita Middleton, de belleza serena, era tranquila y sin pretensiones. Era el matrimonio perfecto y Middleton, la consorte ideal para un futuro Rey. Mientras tanto, Harry, tras un sinfín de novias atractivas, entabló una relación con una actriz de Hollywood muy conocida, Meghan Markle. La pareja no se conoció en un acto oficial o por amigos aristocráticos sino en la plataforma social Instagram.
Casi desde un inicio, la relación entre el príncipe y la estrella generó una avalancha de interés inusitado en los medios a nivel mundial. A la vez, la atención puesta en Harry y Meghan levantaba celos y sospechas dentro del 'establishment' británico y el palacio de Buckingham. Para algunos de los oficiales de la Casa Real, leales a Carlos y Guillermo, no les gustaba ni el estilo de vida ni la esposa elegida por Harry y no tenían pelos en la lengua cuando hablaban con los periodistas. Al igual que la reina Letizia en España, Markle daba mucho por hablar. De una familia humilde, es sumamente inteligente y muy hábil en el uso de la palabra. También es mestiza, de padre blanco y madre negra. En muchos sentidos, Harry y Meghan son una pareja divertida, moderna, profesional, multicultural y abierta. Y este es el problema identificado por Bagehot en el siglo XIX. El papel de la monarquía es representar al pueblo entero, algo distanciado, y sin definición ni división. Que los miembros de la familia real no deberían ser ni especialmente accesibles ni interesantes fue algo que la difunta reina Isabel II entendió a la perfección.
Hace unos tres meses la familia real, y la nación entera, estaba unida en el dolor por la muerte de la reina Isabel II. Durante más de 70 años la vieja monarca mantenía un silencio digno y nadie supo nunca lo que opinaba sobre la política ni los temas de la actualidad de su nación. Ella siguió bien los dictados de Bagehot y entendía cómo promover la unidad a través del silencio. Ahora queda por ver si sus nietos son capaces de seguir su ejemplo.
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