Este martes Estados Unidos acudirá a las urnas. Serán unas elecciones trascendentales para el futuro del país. En juego no están solo la presidencia y las dos cámaras legislativas: también lo está la propia supervivencia de una nación sumida, desde hace una década, en un ... proceso de regresión democrática.
A nivel nacional las elecciones culminarán una campaña inusual, con incontables giros de guion -la retirada de Joe Biden, el doble intento de atentado contra Donald Trump-, una Kamala Harris que ha ido de más a menos y un Trump con una retórica cada vez más exaltada. Sin embargo, sus consecuencias irán mucho más allá de sus fronteras. Los desafíos que tendrá que afrontar el próximo presidente o presidenta son de sobra conocidos: desde la guerra en Oriente Próximo hasta la invasión de Ucrania, pasando por las relaciones con China o India, el papel del Sur Global o el futuro de la alianza trasatlántica en un orden internacional cada vez más fragmentado. La respuesta de EE UU -su papel, en otras palabras, en la segunda mitad de la década- dependerá de quién se imponga en los comicios.
En su último mandato la política exterior de Trump se caracterizó por dos elementos. En primer lugar, una visión netamente transaccional de las relaciones internacionales. Sumado a su retórica proteccionista de 'America First' (EE UU primero), esto dio lugar a una política exterior cuyas alianzas dependían del rédito económico que obtuviera el país. En segundo lugar, la primera Administración Trump se caracterizó por un profundo recelo hacia las democracias liberales y las normas e instituciones que rigen las relaciones internacionales. Es este recelo, precisamente, el que le acercó a líderes como Vladímir Putin, Benjamin Netanyahu o Viktor Orbán. Con toda probabilidad, una segunda presidencia de Trump seguiría estas pautas, imponiendo aranceles que protegieran la industria americana, dando vía libre a Putin en su invasión de Ucrania y adoptando una actitud más beligerante frente a China o Irán. Ante todo, una nueva presidencia Trump conllevaría una mayor inestabilidad internacional, con sus evidentes consecuencias políticas y económicas.
La política exterior de Harris, por el contrario, es una incógnita. En los escasos cien días desde su proclamación como candidata, la vicepresidenta ha evitado definir su agenda política, centrando su campaña en conceptos como la «libertad» o la «democracia» y proyectándose como la defensora de la Constitución estadounidense frente a la amenaza de los republicanos. ¿Cómo resolvería la invasión de Ucrania? ¿Sabría hacer frente a Netanyahu? ¿Buscaría una política de confrontación con China o trataría, por el contrario, de tenderle la mano? Ninguna de estas preguntas tiene, por el momento, una respuesta evidente.
La UE debe saber adaptarse a un mundo más hostil en el que los estadounidenses no serán un socio tan fiable como antaño
En la Unión Europea, las consecuencias de una posible victoria de Trump se pueden estructurar en torno a dos ejes: uno comercial y otro democrático y de seguridad.
El libro 'Project 2025' (Proyecto 2025), un programa político escrito por asesores cercanos al expresidente, explica que una Administración Trump deberá «emprender una revisión exhaustiva de los acuerdos comerciales entre la UE y Estados Unidos para garantizar que las empresas estadounidenses reciban un trato justo y crear una reciprocidad productiva». No es descartable, por lo tanto, que Trump optase por imponer aranceles a productos europeos, como ya hizo en 2018. Tampoco, como explica el analista Alec Russell, que usara estas amenazas para obligar a los países europeos a aumentar su gasto en defensa. En 2018, la Unión se mostró incapaz de responder a las amenazas económicas de Trump. Esta vez, la Comisión Europea ha puesto en marcha un grupo de trabajo, el llamado 'Trump task force', encargado de preparar la respuesta europea ante una posible guerra comercial con Estados Unidos.
Una victoria de Trump también tendría importantes consecuencias para la democracia europea, tanto dentro de la UE como más allá de esta. Por una parte, brindaría un importante apoyo a Orbán, su 'caballo de Troya' en el Consejo, permitiendo al propio Orbán torpedear la acción exterior de la Unión. Por otra, su apoyo a Putin daría alas a su política expansionista. Esto no solo se manifestaría en Ucrania: también reconfiguraría el mapa político en el Cáucaso y los Balcanes, desestabilizando una región que, como evidencian los últimos comicios en Moldavia y Georgia, se debate entre integrarse en la Unión Europea o acercarse a la órbita rusa. Por último, podría poner en riesgo la supervivencia de la OTAN, amenazando con retirar a EE UU de la Alianza si sus demás integrantes no incrementaran su gasto en defensa.
Ante este panorama y ocho años después de la primera victoria electoral de Trump, la UE aún no cuenta con una estrategia coherente para hacerle frente. La lentitud de la Unión es llamativa. Los peligros de una segunda Administración Trump son de sobra conocidos, como lo son también las soluciones: una mayor integración política y de defensa que facilite la autonomía europea frente a Washington. Y pese a que esta receta sería más urgente en caso de imponerse Trump, también sería necesaria en caso de hacerlo Harris. Más allá de las evidentes diferencias entre los candidatos, la marcha de Biden supondrá un cambio de paradigma en la política exterior americana: al Partido Republicano, sumido en una deriva nacionalista y autoritaria, se suman unos demócratas liderados por una nueva generación más interesada en el Sur Global y en el Indo-Pacífico y menos preocupada por las relaciones trasatlánticas.
Sea cual sea el resultado de los comicios estadounidenses, la Unión Europea deberá saber adaptarse a un mundo más hostil, en el cual EE UU no volverá a ser un socio tan fiable como antaño. Ante esta realidad, habrá de adoptar las recetas propuestas por el reciente informe Draghi: una mayor autonomía estratégica, un mercado interior más potente y una reindustrialización que permita al bloque competir con las grandes potencias económicas. La alternativa no solo será una Europa más pobre; también será un club más cerrado al mundo y, como advierte el propio Draghi, cada vez más irrelevante.
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