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La guerra de Ucrania puede ser calificada de guerra impropia, ya que desde sus prolegómenos no se ajusta a los parámetros de los conflictos bélicos que por desgracia han tenido lugar desde 1945. De un modo u otro, desde las de Indochina a las más ... recientes de Nagorno Karabaj o de Yemen, la guerra responde a un choque de intereses, materiales o ideológicos, cuya resolución se transfiere al uso de las armas. Aun cuando se vean implicados distintos actores, la bilateralidad impera, y el conflicto se resuelve cuando un contendiente se impone al otro, o se arrastra en el caso de que a lo largo del tiempo se mantenga el equilibrio de fuerzas.
Un ejemplo del primer caso es el de Nagorno-Karabaj, con Turquía interviniendo de modo indirecto para hacer posible la victoria azerí. Del segundo, la guerra de Yemen sirve de ejemplo, por cuanto ni siquiera se ha resuelto con la intervención de Arabia Saudí. La bilateralidad de fondo predomina en ambos si bien puede acabar estallando en un racimo de enfrentamientos convergentes, según ha sucedido en Siria, pero siempre sobre el núcleo del mantenimiento o la caída del régimen de Bashar el-Assad frente a sus distintos enemigos.
El origen de la guerra de Ucrania no se aparta del patrón general, ya que responde a un planteamiento ideológico y a una táctica de preparación –esta sí singular por el enlace con Hitler–, que encaja en el mapa general de las guerras contemporáneas. Pero ya la calificación que le otorga Putin, de «operación militar especial», amen de servir de cortina de humo, nos dice que vamos a encontrarnos con una forma de guerra diferente. En particular, desde que fracasa el propósito inicial ruso de convertir la invasión en un paseo militar, con la gran columna de tanques lanzada a la conquista de Kiev.
A partir de ese momento, las formas tradicionales de la guerra se mantienen, ejemplo la ofensiva del Donbás, y también la importación de drones venidos del aliado iraní, pero se ven envueltas en una pluralidad de actuaciones derivada de ese fracaso bélico de Rusia y de la implicación, absolutamente novedosa, de Estados Unidos y de la UE, en el apoyo a Ucrania.
La guerra empieza a moverse a partir de ahí en dos niveles muy distintos, convergentes en los resultados. No desaparece el fondo tradicional, el apoyo militar a Ucrania para hacer posible su resistencia heroica frente a un ejército en principio muy superior. Aunque incluso este aspecto se ve condicionado en relación con guerras pasadas, por la insistencia recurrente de Putin en amenazar con el uso de sus armas nucleares. Se abre entonces un período de inseguridad, que se mantiene hasta hoy: armar a Ucrania, pero sin desatar las iras de Rusia. Es un margen que permite niveles de solidaridad muy bajos, como el practicado por el Gobierno español por sus tensiones internas: con las treinta ambulancias y la promesa indeterminada de armas en el futuro, método practicado hace unos días por Albares, salva la cara para la galería, pero Ucrania no dura dos semanas de generalizarse. Sánchez 'es ansí'. Y conflictos como el larvado entre Alemania y Francia dan fe de la importancia de los intereses encontrados. La UE es frágil.
El resultado es una guerra de 'do ut des', contenida de una y otra parte, según se ha visto en la acusación a Alemania por proporcionar armas que pudieron servir para el ataque a la flota rusa en Crimea, o en la brutal respuesta rusa en forma de lluvia de misiles cuando una acción de guerra ucraniana le causa graves daños o toca Crimea. Balance: ayuda básica hasta ahora para subsistir, no para vencer.
El nivel que pasa a primer plano es el económico. Después del fracaso europeo en 2014, limitándose a implantar sanciones menores contra Rusia por las agresiones de Putin, ya entonces a Ucrania, esta vez ha intentado una acción seria de erosión a la economía rusa, mediante sanciones que realmente incidan sobre su funcionamiento. El obstáculo aquí ha sido doble: la heterogénea composición de la UE y el papel fundamental de Rusia como suministrador de energía a Europa. La imprevisión estratégica de la Merkel se paga ahora.
A esto ha venido a sumarse la suspensión de otra fundamental exportación afectada por la guerra, procedente del eterno granero ucraniano, y que solo puede discurrir con el permiso de Rusia. El escenario resultante es atípico: países occidentales implicados en una contienda, que dependen del abastecimiento proporcionado o tolerado por el enemigo, que a su vez necesita los dólares occidentales para sostener su esfuerzo de guerra. La balanza podría desequilibrarse de haber sido efectivas las sanciones, pero resulta claro que a pesar de ellas Rusia sobrevive, y además mantiene la iniciativa táctica.
Resulta así garantizada la prolongación de la guerra, que de cara al invierno tiene un precio muy alto: la destrucción de Ucrania.
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