El pasado martes, Estados Unidos ordenó a China que cerrara las operaciones de su consulado en Houston, supuesto «epicentro de operaciones ilegales de influencia y espionaje masivos». Significativamente, horas después los funcionarios chinos quemaban gran cantidad de documentación; tanta, que hasta acudieron los bomberos. Poco después, China ordenaba el cierre del consulado norteamericano en Chengdu, buen observatorio del Tíbet, un área siempre sensible. Es un paso más en el deterioro de las relaciones –ahora diplomáticas y antes comerciales– entre ambos países, que ya venía acusándose desde la guerra arancelaria y que se agravó con la pandemia, con acusaciones cruzadas entre ambos países. Aunque China públicamente ha pedido volver a la normalidad, culpa de todo el conflicto diplomático a Washington, mientras Estados Unidos presenta a Pekín como una amenaza mundial para la libertad y la democracia. Tras las medidas adoptadas por Pekín con respecto a Hong Kong, el clima entre las dos grandes potencias se ha vuelto irrespirable. No es lo mejor para el mundo en plena gran recesión por el coronavirus.
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