Guantes en la papelera

Esos días la redacción era un sitio de chiflados, llevábamos viseras protectoras de plástico, después unas mascarillas como de pintor de grafitis que yo abandoné pronto porque me hacían daño y se nos volaban los papeles de tanta ventana abierta. Las papeleras quedaban llenas de guantes de látex que usábamos a destajo, y al final del la jornada veíamos asomar por el cubo esos deditos inertes azules y blancos, y parecían manos suplicantes de alguna legión de muertos que quisieran escapar de los abismos. Al día siguiente otra vez las cosas de mi mesa trastocadas y las papeleras vacías, perfectas, listas para otro día de periodismo convulso.

No era cosa de magia sino el esfuerzo invisible de quienes salían a trabajar durante lo más duro de la pandemia en aquellas madrugadas de sirenas y ambulancias. Ahora ha vuelto todo el mundo, pero ellas siempre estuvieron. Ginzburg y Unamuno hablaron de la importancia de la intrahistoria, la que no sale en los titulares ni queda en las hemerotecas; este es mi homenaje a las mujeres de la limpieza de la tele a las que no pongo nombre, que pasan como fantasmas y saludan sin molestar porque se marchan cuando nosotros entramos. Me movíais los papeles, limpiabais todo a conciencia y aquellos disparos vuestros de Sanytol eran descargas de normalidad en un mundo que así no se desmoronaba del todo.