Como Groucho

La esquizofrenia de la política, que se retroalimenta de sus propias comedias, alcanzaba así un clímax triste pero muy revelador: no queremos coches pero tampoco queremos que cierren las fábricas de coches. No hay cultura política en España, y esa ignorancia va goteando desde los despachos de los gobernantes hasta el ciudadano de a pie en una cascada que no se termina nunca, un derramarse infinito como las nubes cuando descienden por la sierra de Cantabria. Los políticos se contradicen sin problema, nadie exige responsabilidades ni ellos sienten la vergüenza de ir cambiando sus principios al modo de Groucho Marx. El votante replica ese modelo infantil: pedimos un mundo feliz, sano, ecológico y sin humos pero no aceptamos que cierre Tabacalera, que las empresas de coches echen la verja o que se proyecte un parque eólico junto a la casa del pueblo. En una localidad próxima a Logroño los vecinos se quejaron a la compañía porque no tenían cobertura telefónica, y cuando les fueron a instalar la antena montaron manifestaciones para que no la pusieran. Viva España.

Votamos una cosa y queremos la contraria; hay padres y madres con hijos en la escuela concertada que ahora están dándose cuenta de algo: eligieron a una gente que está aplicando sus compromisos electorales. Cuando los políticos cumplen su programa es de justicia reconocerlo, incluso aunque vaya en contra de los que les dieron apoyo en las urnas sin tener del todo claro lo que hacían con su voto.