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Entre el negacionismo recalcitrante y la fe ciega hay una distancia sideral jalonada de matices, interrogantes, premisas y excepciones. Demandar respuestas, cuestionarse cosas, no es un acto de arrogancia ni de mansedumbre, sino una reacción intrínseca y hasta estimulante del ciudadano como pieza activa de ... un tablero en constante cambio. La polarización que todo lo contamina no puede (no debería) difuminar los grises de un cuadro que cada bando se empeña en teñir de blanco o de negro. Desde ese punto de partida, resulta absolutamente compatible defender a ultranza la vacunación con afear a las autoridades la volatilidad en los cambios de criterio sobre la aplicación de AstraZeneca. A la población se le ha reclamado de forma continua confianza y responsabilidad a cada paso. No sólo ha respondido de forma abrumadora con generosas e irreprochables dosis de ambas, sino que ha hecho un frente común denunciando socialmente a quienes han tomado el camino inverso. Con esa disposición inquebrantable a ser inmunizados cuando y donde sea con cualquier marca de vacuna, es lícito sorprenderse de los bruscos vaivenes sobre a qué grupos de edad se aconseja una u otra. Ahora sí, luego veremos. Todas las disyuntivas que han ido surgiendo desde la eclosión del virus se han remitido a la evidencia científica, y la evidencia científica no deja de fluctuar para respingo de 12.000 riojanos que recibieron la primera dosis y siguen en el limbo mientras resuena la enésima invocación a la calma. Aquí está presto mi brazo; estas son mis preguntas.
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