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Paseo por Logroño. Una hermosa valla protege el querido instituto Sagasta; a veces, una de sus piezas cae al suelo, víctima de la incuria ciudadana. Estupendo espectáculo. Una belleza de caminata que convive con otra de igual esplendor: en la plaza de San Agustín, ... otro vallado acaba de relevar al que durante años protegió el edificio de Correos, donde por fin entra la maquinaria para convertirlo en hotel. La valla actual no afea tanto el entorno como aquel mecano de andamios donde anidaban el mal gusto y la basura, aunque tampoco convierte el paseo en algo memorable, desde luego. Más horror. Un tercer hipervallado acecha en el corazón de la ciudad: apenas unos pasos más allá, también el parque Gallarza presume de su propio grosero atentado contra el urbanismo. La fortificada Casa del Cuento, de las Letras o como quiera que se llame en su próxima encarnación, daña también a todo espíritu sensible. Vaya valla.
De pena en pena, este viacrucis ciudadano concluye en Vara de Rey. De repente, milagro. Triunfa el silencio, que diría Albert Rivera. Vacía de tráfico en su tramo a la altura del túnel, la calle parece otra. Mejor. Ya lo pareció hace poco más de un año, cuando se cortó para el desfile militar y daba gusto pasear por ella transformada en peatonal. La avenida de entrada que Logroño sí merece. La que ahora se prepara para una de las operaciones más delirantes que recuerda la ciudad: derribar un túnel (bravo: yo soy de rotondas)... para construir otro, más o menos parecido, unos metros más allá, para resolver un dilema que solucionaría bien cualquier rotonda (con perdón). Mi enhorabuena a quien lo comprenda.
El urbanismo logroñés tiene cosas que la razón no entiende, como cantaba el bolero. Son misterios que se traspasan de una corporación a otra, aunque la actual coyuntura goza de una ventaja respecto a despropósitos anteriores: que el equipo de Gobierno acaba de aterrizar y está por lo tanto libre de tantas ataduras. De manera que mientras avanzan las obras cercadas por ese rosario de vallas, tal vez sea llegada la hora de que algún concejal o el propio alcalde mantengan la buena costumbre del paseo, se den una vuelta por Vara de Rey y comprueben en carne mortal la ventaja de que hayan desaparecido los vehículos a motor. Y reciten en voz alta el inmortal y póstumo discurso de Allende, adaptado a esta ocasión: yo también espero que en Logroño, más temprano que tarde, se abran las grandes alamedas por donde pasee el hombre libre. Y que se construya una ciudad mejor.
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