«El gran escándalo de las guerras que no cesan»
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Y de los arsenales militares que las sustentan». Entre unas cosas y otras, la verdad es que ha pasado bastante desapercibido el discurso pronunciado por el pontífice el pasado domingo de Pascua. Es ya tradicional que el papa –casi todos lo han hecho–, con ocasión ... de la bendición a la ciudad de Roma y a todo el mundo (eso significa 'orbi et urbi'), pronuncie unas palabras de aliento, de esperanza y de ánimo, a todos aquellos que quieran escucharle, sean estos católicos, seguidores de otras religiones o que no crean en nada.
Francisco comenzó alertando que el anuncio de la Pascua –a Resurrección de Cristo– no revela ninguna fórmula mágica, ni tampoco es una válvula de escape frente a la situación horrorosa que la humanidad está padeciendo. La pandemia está afectando a la salud y a la economía, especialmente de aquellos que menos recursos tienen, los pobres. Sobre la pandemia el papa dijo algo tan importante y estimulador como lo que sigue: «Cristo resucitado es esperanza para todos los que la sufren, para los enfermos y para los que perdieron a un ser querido. Todas las personas, especialmente las más frágiles, necesitan asistencia y tienen derecho a acceder a los tratamientos necesarios. Esto es más evidente en estos momentos en los que las vacunas son una herramienta esencial en esta lucha. Insto a toda la comunidad internacional a un compromiso común para superar los retrasos en su distribución y para promover su reparto, especialmente en los países más pobres».
Se puede hablar más fuerte, pero más claro, no. ¿Y qué me dicen de lo siguiente? «La pandemia ha aumentado dramáticamente el número de pobres y la desesperación de miles de personas. Pido al Señor que inspire la acción de las autoridades públicas para que todos, especialmente las familias más necesitadas, reciban la ayuda imprescindible para un sustento adecuado».
Yo espero que nuestros políticos en concreto, que saben de sobra y en conciencia qué es lo que deben hacer, que lo hagan, y que lo hagan sin dejarlo para más adelante o para nunca. Que se dejen de protagonismos estériles, de rencillas inútiles que lo único que consiguen es el sustento de sus propios egos.
He de decir que buena parte de su discurso el papa lo dedicó a los miles y miles de personas que en todo el mundo huyen de la guerra y de la miseria que genera, a la par que agradeció la generosidad de aquellos países que acogen a las personas que buscan refugio. El papa se refirió en concreto al conflicto en Siria, donde millones de personas viven en condiciones inhumanas. También al Yemen, cuya situación está siendo rodeada de «un silencio ensordecedor y escandaloso». ¡Qué duda cabe de que Francisco vive de verdad la preocupación por todos los sitios del mundo en que la gente sufre, sea de la confesión religiosa que sea!
También el papa se refirió el Domingo de Pascua a Jerusalén, por muchos motivos entre los que hay que destacar el hecho histórico de que es allí precisamente donde resucitó Jesús. Pidió para esta ciudad tan emblemática para las tres grandes religiones monoteístas –judíos, musulmanes y cristianos– que «responda a la llamada a ser un lugar de encuentro donde todos puedan sentirse hermanos, y donde israelíes y palestinos vuelvan a encontrar la fuerza del diálogo que lleve a una solución de convivencia de los dos estados en paz y prosperidad».
África no podía faltar en este discurso dirigido al mundo. «Los pueblos de África», dijo, «ven su futuro amenazado por la violencia interna y el terrorismo internacional, especialmente en el Sahel y Nigeria».
Y un detalle muy concreto, que pone los pelos de punta: «Hoy, día 4 de abril, es el Día Mundial contra las minas antipersona, artefactos horribles que matan o mutilan a muchos inocentes todos los años y que impiden que los hombres caminen juntos por los senderos de la vida».
Finalmente, hizo alusión a los muchos cristianos que este año han celebrado la Pascua «con graves limitaciones y, en algunos casos, sin poder siquiera asistir a las celebraciones litúrgicas. Recemos para que estas restricciones sean eliminadas para que cada uno pueda rezar y alabar a Dios libremente».
Pues lo haremos, papa Francisco. Rezaremos y haremos rezar para que este programa tan evangélico y tan humano pueda salir adelante con la presencia del Resucitado. ¡Un gran bien para la humanidad!
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