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Sin ser fan de las adhesiones a manifiestos en comandita, me apunto al que reivindica que la Gran Vía de Logroño se llame Gran Vía a secas también en los papeles oficiales y en Google Maps. De hecho, es así como la conocemos. Y el ... apellido que escolta la popular denominación no le aporta utilidad, beneficio ni honra. Juan Carlos I le quitó, en 1975, el sitio en la placa al poeta y monje Gonzalo de Berceo, cuyos méritos, de más tronío que los del emérito, no fueron obstáculo a mi entrañable alcalde (y reconocido donjuanista) Narciso San Baldomero para tratar de que la más principal de las calles de su ciudad se motejase con el nombre del monarca. Hizo agua entre el pueblo y no cuajó. Quitarle ahora ese añadido no es que sea asunto trascendental, claro. Tampoco es esencial ni quita el sueño, alegan los ofendiditos que ya han saltado al eco de esta legítima pretensión. Pero hay un grupo de logroñeses para quienes la dignidad se alinea en el equipo titular de las cualidades sustanciales de las personas. Y también de las ciudades.
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