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Según cuenta mi padre, mi abuela nació el año del cólera. Fue en 1885, en la última oleada de las que padecimos. Estos días, cuando el virus coronado llena nuestras vidas y angustia nuestros sueños, he recordado esa epidemia. Tras estudiar las sucesivas crisis coléricas ... del siglo XIX observo idénticas reacciones. Entonces, igual que hoy, el miedo corrió más veloz que la enfermedad y contra el pánico no hay vacuna. Se cerraban las puertas de las ciudades, se discutía la conveniencia de los aislamientos, se habilitaban lazaretos para cuarentenas y los ayuntamientos buscaban dinero para desinfectar, pagar a médicos y socorrer a los pobres, no tanto por caridad sino por temor al contagio. La pobreza entraña mayores riesgos vitales. Los ricos huían y las autoridades temían el hundimiento del comercio y el desabastecimiento. El hambre mataba tanto como la enfermedad.

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