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Según cuenta mi padre, mi abuela nació el año del cólera. Fue en 1885, en la última oleada de las que padecimos. Estos días, cuando el virus coronado llena nuestras vidas y angustia nuestros sueños, he recordado esa epidemia. Tras estudiar las sucesivas crisis coléricas ... del siglo XIX observo idénticas reacciones. Entonces, igual que hoy, el miedo corrió más veloz que la enfermedad y contra el pánico no hay vacuna. Se cerraban las puertas de las ciudades, se discutía la conveniencia de los aislamientos, se habilitaban lazaretos para cuarentenas y los ayuntamientos buscaban dinero para desinfectar, pagar a médicos y socorrer a los pobres, no tanto por caridad sino por temor al contagio. La pobreza entraña mayores riesgos vitales. Los ricos huían y las autoridades temían el hundimiento del comercio y el desabastecimiento. El hambre mataba tanto como la enfermedad.
Benito Pérez Galdós escribía: «El cólera habita en nuestro barrio y el barrio entero batalla con él sumergido en el silencio y en la oscuridad... se padece sin ruido, se muere sin ruido: se cura en silencio... y la esperanza no sale del corazón a los labios: el remedio no se pregunta; ya se sabe: el síntoma no se consulta; ya se prevé».
En España, oficialmente, murieron 119.620 personas. En La Rioja hubo 5.046 infectados y 1.220 fallecimientos. Cuando esto escribo hay en España 2.200 contagiados y 54 fallecidos. Dan escalofríos los números pero ni son comparables las cifras ni tampoco los tiempos. En el año del cólera España no contaba, como hoy, con un sistema sanitario público que nos asiste a todos por igual. Esta es una fortaleza que nos debe ayudar a relativizar el peligro poniendo freno al miedo. En los últimos años, la sanidad pública ha sido agredida gravemente con recortes de medios y personal. No fue una torpeza en la gestión sino algo intencionado, desacreditando lo público emerge la necesidad de lo privado. El negocio deja de serlo cuando llega la epidemia.
Ahora, la necesidad de reforzar sus plantillas, que se han quedado raquíticas con los recortes, es evidente. Las autoridades sanitarias deben contar con nuestro apoyo evitando dar pábulo a todas las mentiras que se difunden porque la irresponsabilidad no descansa. Quienes han olvidado que desmontaron la sanidad pública, ahora la reclaman. ¡Qué hipocresía! Pero lo urgente es apagar el incendio, después ya se criticará lo que proceda, seguro que clamarán quienes más tienen que callar.
Cuando la normalidad regrese, los ciudadanos hemos de exigir el fortalecimiento del sistema sanitario público, no hay mejor inversión para nuestros impuestos. No hay que consentir que cosas que se dicen en tiempo de crisis se olviden en los de bonanza. Gracias, trabajadores del sistema sanitario público por estar ahí cuando os necesitamos.
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