Secciones
Servicios
Destacamos
Ayer, estando en la ducha y al correr la cortinilla para acceder de nuevo al mundo de los secos, me enteré por la radio de que yo ya había entrado en el otoño; en el otoño climático, me refiero. Bueno, la realidad es que ya ... me había cerciorado de ello una semana antes, al haber acudido a un banco para perfeccionar el estado de unas libretas antes de que llegue el 1 de octubre (por eso de la unión de esas dos conocidas entidades bancarias, tan en candelero). En un determinado momento de la entrevista económica, la profesional del ramo que me atendió incluso me sugirió la conveniencia de invertir unos eurillos que me produjeran algún provecho, dado que, con los años que tengo, es decir, al haber alcanzado el otoño vital ya es hora de que siente la cabeza en lo referente a aprovechar mis ahorrillos, escasamente faraónicos.
Mi corazón, asentado en la cómoda silla, me dio un vuelco. «Con qué delicadeza me han llamado viejo», pensé. Me dio un volteo como no me daba otro desde aquella vez en que, por segundo día, una compañera de estudios que me caía muy bien se me acercó para repetir desde entonces todas las mañanas el mutuo acompañamiento deportivo en el estadio universitario de Zaragoza, donde un servidor estudiaba, cuando su escuadra futbolística ganaba la Copa de Ferias. ¡Oh, cuán cortas y maravillosas se me hacían las vueltas a la olímpica pista, entonces tan alejada de la pandemia aragonesa actual!
Por el contrario, torcí levemente el morro el otro día bajo la mascarilla al leer unas declaraciones del señor Torra, el cual alentaba a los catalanes a no viajar a Madrid. Sospecho que ese estilo lenguaraz produce en millones de madrileños el efecto contrario al que pretende este comunicador; perdería menos el tiempo si aconsejara a sus paisanos viajar menos, al menos durante esta plaga, al Polo Norte.
La existencia del parrafito anterior se debe en buena parte a que ayer acabé de releer el libro Barcelonas, del escritor nacido en El Raval Manuel Vázquez Montalbán, ensayo muy divertido e inteligente sobre la evolución de la Ciudad Condal, edición de 1992, año de la Olimpiada. Me lo pasé estupendamente y, además, al inicio volví a encontrarme con la dedicatoria que en 2003 me escribió Eduardo Gómez al regalármelo: «¿Qué le llevo de recuerdo /, no siendo ningún lerdo? / ¿Un bastón, un libro, un gato? / Hallo pronto el alegato: / me inclino por lo segundo, / que es un obsequio profundo». Esto es gracia, y no la del president, sin e.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.