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Intentaba pasar de largo por el exceso informativo originado por la muerte de la reina Elizabeth II del Reino Unido, pero una foto detuvo mi evasión del penúltimo acontecimiento mediático del siglo. El coche fúnebre que transportaba el féretro cubierto con un pendón atravesaba una ... calle de Edimburgo cuyas aceras estaban abarrotadas de personas que mantenían una extremidad superior extendida por encima de sus cabezas. Por un instante me vino a la mente la imagen de Hitler paseándose por una calle parecida de Múnich a coche descubierto, recibiendo el saludo fascista de la entusiasmada multitud a su führer. Pero, naturalmente, no era eso. Lo que hacían aquellos millares de personas brazo en alto era sostener el móvil para inmortalizar el momento con una foto o un video. Se habían tirado horas de pie, apretujándose contra otros curiosos, esperando el instante en el que disparar la cámara de tropecientos megapíxeles para captar malamente una imagen. O sea, más pendientes de su esmarfón que del vehículo portador del cadáver de la reina, cuando podían haber seguido cómodamente el trayecto completo por las calles de la ciudad por la tele desde el sofá de su casa y sosteniendo una pinta de cerveza en la mano.

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