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Gorgo y Johnson

Gorgo y Johnson

Ojo de buey ·

Domingo, 15 de septiembre 2019, 11:31

El jueves por la mañana iba por Avenida de la Paz y vi desfilar dinosaurios. Ya no me extraño de nada. Dinosaurios. Por qué no. Tres o cuatro dinosaurios, de los clásicos. De los que cualquier niño conoce su clase, orden, filo, reino, género, familia, ... subfamilia, edad y velocidad que puede alcanzar a la carrera. Iban haciendo equilibrios sobre las camionetas que los transportaban. Se les oía rugir. No mucho, porque había bastante tráfico en Avenida de la Paz. Téngase en cuenta que en el Cretácico había mucho silencio y en ese silencio de entonces pues destacaban más. No había quien les tosiera. Pero ahora, una Bultaco arrancando se los merienda. Así que tienen que ir con megafonía por las calles los dinosaurios. Amplificados. En los carteles que los anuncian por ahí, pone que respiran y que se mueven. Para haber sobrevivido a la pedrada que hace 66 millones de años exterminó su especie tienen una salud envidiable, animatrónica, pero envidiable. Por lo visto, estos dinosaurios están estabulados en la Plaza de Toros. Como en El Valle de Gwangi (1959), peli bien bizarra en la que el dinosaurio, concretamente un alosaurio, era mostrado en el ruedo de una Plaza de Toros mexicana; pero se cabreaba, se desencadenaba, saltaba el burladero y montaba la mundial. A un dinosaurio no se le torea. Me recordaron los dinosaurios atravesando Logroño a cuando en otra peli 'de monstruos' -así las llamábamos de niños, en nuestro cretácico particular-, la de Gorgo, pasean a Gorgo, sedado el hombre (o la mujer, no se especifica el género de la criatura), bajo una lona y sobre una camioneta gigante por todo Londres, camino de Battersea Park. Gorgo era de la camada de 1961, como yo. E igualmente como yo en ese momento, una cría, «sin desarrollar, todavía en la fase de la infancia», como advierte a los explotadores del monstruo el doctor Ryan (es que me la sé de memoria). Porque resultaba, además, que Gorgo era... Gorgito, porque -spoiler- lo más grande estaba por venir: ¡su madre!, la Reina Madre de los dinosaurios, setenta metros de altura, ¡Ogra! se llamaba, que ha estado viajando desde los bajos de un volcán hasta la city a rescatar a su cachorro. De las primeras cosas que arrumbaba mamá Ogra de un manotazo, tras hacer picadilly el centro, era el Big-Ben y toda la zona del Parlamento. Boris Johnson, en este sentido, es lo peor que le ha pasado al Parlamento británico desde Ogra, que era, por cierto irlandesa, nacida y crecida en las Costas de Irlanda. Si no... peor que Ogra. Porque Ogra, al fin y al cabo, tenía sus razones para enrabietarse, para comportarse como una antisistema: recuperar a su hijo (o hija) secuestrado y regresar a la vida sostenible y discreta bajo el volcán, y a la conciliación familiar. Pero las razones de Boris Johnson y compañía para reinventar una nueva edad del hielo en forma de Brexit y conducir a él a millones de británicos y no británicos, a un nuevo jurásico euroescéptico, son sólo un magma inconsistente y tóxico. Johnson, en las últimas semanas, ha intentado -a la inversa que la familia Gorgo- deshacer el Parlamento desde dentro, en un trabajo de zapa. El escritor Ian McEwan calificaba esta semana a la especie de Johnson como la del «tarugo populista». Y al igual que algunos otros tarugos populistas en otros países, han salido a la superficie por explosiones -en realidad, voladuras muy controladas, muy interesadas- de nacionalismo, ignorancia, egoísmo y mentira. Si no es todo la misma cosa. Hablando de tiempos remotos y primitivismo: choca, ¿verdad?, cómo el Parlamento Británico aúna la excelencia democrática con la dinámica del Pub, con su punto vikingo y hooligan. Yo veo otros parlamentos de ahora con sus ordenadores y sus micros en cada asiento y un orden cerrado en cávea, y veo que en el de Londres, cumbre del parlamentarismo, los micros cuelgan del techo como en las tómbolas de las Ferias; no tienen ordenadores, los asientos son gradas de Corral de comedias (tipo Globe) y en el centro hay una mesa con bien de cajas encima sobre las que se apoyan para intervenir y para dar puñetazos sobre ellas. Tecnología de Carlos I. Y todo está dirigido por un tipo -Berkow, hasta hace poco- que rivaliza en malos pelos con el primer ministro y que parecía un personaje sacado de la taberna de Las alegres Comadres de Windsor. En fin. Dejo para otra catástrofe geopolítica u otro tsunami financiero la secuela Gorgo y Superman se citan en Tokio (1976). «¿Nos quiere dar a entender que hay un adulto en alguna parte?», le pregunta uno de los captores de Gorgo al doctor Ryan. Eso me pregunto yo cada mañana, cuando me despierto y el dinosaurio, o llámale X, sigue ahí: si no hay ningún adulto entre tanto dinotarugismo.

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