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Las pistas rápidas del Open de Estados Unidos serán el escenario en el que en la madrugada del domingo al lunes se hará realidad, o aún no, el sueño de Carlos Alcaraz de erigirse en número uno del tenis mundial y de toda la afición – ... dentro y fuera de España– que asiste embelesada a su arrollador y carismático talento. El prodigio murciano está a un partido, a un 'match ball', no solo de ganar su primer grande y de coronarse, en una fulgurante tacada, como el mejor en el ranking de la ATP. Está a un golpe definitivo, en el duelo de precocidad que le enfrentará al noruego Casper Ruud, de firmar una hazaña: la de convertirse, a sus apenas 19 años y cinco meses, en el número uno más joven de la historia. Si nunca es equiparable vencer o salir derrotado, tener semejante gesta al alcance de la raqueta transforma el triunfo en una aspiración única y descomunal. Nada, sin embargo, se acabará hoy en caso de que Alcaraz no alcance su objetivo. Porque abrillantará la magia de su juego y la certeza de que, en realidad, tiene todo y más por alcanzar. El suyo es otro ejemplo de portento individual aupado por la tenacidad familiar –su padre y su abuelo jugaron al tenis– en un país que sigue interpelado a destapar con sus recursos más estrellas deportivas.
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