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La naturaleza alivia su digestión con la gloria del otoño. Tiempo de cosecha, de presunción por el trabajo bien hecho. Los árboles regalan laminillas de papel maché, quebradizas. Perdida ya su flexibilidad resuenan como un tamboril. Los juegos de luz entre los colores que se ... apagan y los colores que revientan provocan insólitas epifanías. La vegetación se aparea, se cruza a vida o muerte y en un fugitivo segundo asalta la identidad primaveral. La niebla en el interior del bosque deslumbra, hiela, envuelve y acaricia la tierra como un arado de espuma. Un mundo glacé, dulce y compasivo.
Vaya parrafada. Puaff. Cursi, pretenciosa y rancia como pa'nota. Mecachis. Qué le voy a hacer si éramos pocos y paren los nietos. El otoño desnuda las ramas y aguanta el tipo. Es la hora del leñador. La estacionalidad de la naturaleza no es circular, crece, cambia, muere. Nunca resucita. Resucita la berrea, que es otra. Resucitan los rebeldes sin causa, que son otros. Exigen al jefe cuentas de lo que no se puede contar. Rebecos, corcitos, gamusinos y algún que otro jabalí desclasado se tiran como locos en busca de la novia ideal, la vaca que mana leche de libertad. Un rebaño que previsiblemente quedará fuera de la historia berrea con un grito antiecológico, berrido de una guerra intracivil, casi intrauterina, mocosos contra descatalogados.
Un alce mínimo, casi un insecto, casi un espíritu –quizá santo– se relame los dientes y se lava y frota las manos ante el nuevo menú. De filete añejo a chuletilla de leche. Servido en bandeja por el propio cervatillo. Él y el otoño siguen a lo suyo.
La estacionalidad no da para más, los días de este noviembre no son los días del noviembre pasado. La naturaleza hace lo mismo cada año, pero nunca le sale igual. Esta es otra cosecha. Otra gloria, concepto quebradizo. Se está en la gloria, o sea, de maravilla. Se cubre de gloria, o sea, la cierva se va con otro. Cosas de las palabras. Tornadizas como el viento, se acomodan al diafragma que las modula. Inestables como el tiempo, se acoplan a sus signos. Libertad, gran palabra, esencia del bienestar. Crea adicción y provoca monos que hielan el corazón. Como esta guerra intracivil, casi intrauterina, a puñetazos contra el propio estómago. Hermosos cadáveres contra vejez activa. La desolación hecha carne. Contienda sanitaria, disparate antropológico. El sufrimiento seguirá. Seguirán el resquemor, la desilusión, la derrota. .
Hay otras glorias, pequeñas, tesorillos diarios. Un vaso escapa de las manos, se marca un solo de ballet –Cascanueces–y vuelve sin una arista a las manos. Una sonrisa que alegra sin carcajada. Un tiramisú en su punto de café. El sueño de volver a Manderley. La temeridad de tutear a quien tutea Juan Ramón Jiménez cuando habla con dios: «... tu esencia está en mí, como mi forma».
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