La 26ª Conferencia sobre Cambio Climático dio comienzo ayer en Glasgow con el llamamiento del secretario general de Naciones Unidas, António Guterres, a que los países revisen sus planes frente a la emergencia climática y lo hagan anualmente. En la reunión del G-20 en ... Roma, el pasado fin de semana, se acordó que el incremento de la temperatura del planeta no vaya más allá de 1,5 grados. Pero las economías más importantes del mundo eludieron concretar los medios precisos para hacerlo posible, dando por supuesto que ese es el quehacer de la cita de Glasgow. Del mismo modo que la crisis financiera global de 2008 relegó la salud del planeta a un plano secundario, algo parecido ha ocurrido con la pandemia a pesar de que la zoonosis es consecuencia directa del deterioro medioambiental. Si a la cumbre de París correspondió retomar la agenda climática tras aquella crisis, el encuentro de Glasgow tiene estas dos semanas el desafío de ganar tiempo al tiempo tras constatarse que el mundo va por detrás de la meta establecida hace seis años en la capital francesa. Para ello los combustibles fósiles deberían dejar de ser subsidiados por las instituciones nacionales representadas en la COP26, el empleo del carbón eliminado con celeridad, y las emisiones de dióxido de carbono gravadas, como señaló ayer Guterres, al tiempo que el anfitrión de la cumbre, Boris Johnson, insistía en la reforestación y la ayuda financiera para la transición energética de los países emergentes.

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En este punto el presidente Pedro Sánchez comprometió, en nombre de España, una aportación anual de 1.350 millones de euros al Fondo Verde del Clima a partir de 2025. En clara invitación a que los casi 200 gobiernos representados a distinto nivel en la conferencia de Glasgow vayan fijando los esfuerzos que están dispuestos a realizar para asegurar así resultados más ambiciosos que los de París. Aunque las ausencias de Xi Jinping y de Vladimir Putin nos recuerdan que los compromisos contra el cambio climático no acaban de asumirse como factores de competitividad a nivel global cuando hay países, sectores económicos y empresas que tratan de competir precisamente ralentizando su particular transición energética. Y que, tras las recesiones desatadas en 2008 y la crisis del COVID-19, la pugna por la hegemonía geoestratégica en medio de nuevas incertidumbres de precios y suministros dificulta que se geste una ambición compartida por las grandes potencias y sus diversos intereses industriales para atajar la emergencia climática.

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