La descontrolada explosión de contagios en la sexta ola y las peculiaridades de la variante Ómicron han empujado a varias comunidades a imprimir un viraje radical a su estrategia para afrontar la pandemia. Ante el serio riesgo de colapso del sistema sanitario, han decidido seguir ... solo los casos de más riesgo, endosar a los enfermos con síntomas leves su propio control, reducir el número de test y suspender las tareas de rastreo, entre otras medidas. El brusco viraje puede estar justificado por la extraordinaria magnitud de la última embestida del virus, que ha modificado por completo el escenario, lo que requiere enfrentarse a él con nuevas herramientas. Pero ello no impide el lógico desconcierto de la ciudadanía ni una cierta sensación de desamparo ante unas instituciones desbordadas por los acontecimientos, que han cambiado por sorpresa las reglas de juego y puesto en sus manos responsabilidades que ellas se ven incapaces de asumir.

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Esos pasos anticipan el tratamiento del COVID como una gripe anunciado por Pedro Sánchez, que ha suscitado controversia en la comunidad científica. Entre los factores que los avalan figuran la masiva vacunación, la considerablemente mayor levedad de Ómicron y, sobre todo, una capacidad de transmisión que ha provocado una súbita avalancha de positivos y hace insostenible el estricto sistema de monitorización vigente. Es razonable adecuar la respuesta sanitaria a una realidad muy distinta a la de hace unos meses. Ello no es óbice para constatar que tal volantazo evidencia el fracaso de unas administraciones que no supieron prever la virulencia de la variante ni ponerle coto y solo han reaccionado cuando, superadas por sus efectos, han concluido que o modificaban su estrategia o el sistema se saturaba sin remisión.

Ese giro implica admitir como inevitable la convivencia con el virus y una renuncia implícita a derrotarlo. Es de esperar que los Gobiernos no tengan la osadía de anotarse como un éxito la previsible caída de los contagios por el expeditivo procedimiento de contar solo una parte. Su responsabilidad conlleva eludir mensajes derrotistas sobre una supuestamente inevitable infección generalizada que disuada de cumplir las medidas preventivas y no trivializar el COVID para justificar así un nuevo enfoque en la lucha contra él que refleja la necesidad de un sustancial refuerzo de la sanidad pública.

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