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Tenemos que dejar de ser un país de maricas», ha dicho Bolsonaro a los brasileños. Trump insiste en que le han robado la presidencia y enrabietado, ha destituido al jefe del Pentágono. Los chistes hacen reír, pero miremos a los gobernantes del mundo: los sensatos ... son excepción. En ascenso, hasta el tropezón de Trump, iban trileros, embusteros, chulos y soberbios ansiosos de una perpetuidad incompatible con la democracia. No es fácil entender cuándo el tren se paró en el túnel ni cómo hemos tolerado que la estupidez se disfrace de sabiduría hasta cegarnos. Ya no cabe la resignación sino combatir las causas.
Mentir en política es más viejo que la pana, una de las artes más antiguas y menos estudiadas de la historia. La verdad puede que duela pero engañarnos a nosotros mismos siempre trae trágicas consecuencias. Para diferenciar verdad y mentira, bulos y noticias hay que fomentar desde las aulas la conciencia crítica. La primera regla pasa por ponerlo todo en duda, incluso aquello que nos apetece creer porque se acomoda a nuestras ideas y no agita nuestras conciencias.
Vivimos tiempos tan inciertos como cambiantes en el mundo occidental. Tras la larga crisis económica de 2008 ha llegado la crisis sanitaria. Si la primera debilitó la estructura social y amplió los niveles de desigualdad, la segunda está cavando más profundamente el foso de las diferencias. La pobreza y la indignación crecen con una virulencia superior. Si muchos no pueden comprarse ni la obligatoria mascarilla es tarea vana pedirles calma y paciencia para esperar un futuro que pinta negro. Hay una calma peligrosamente tensa y en este caldo se cuece el futuro de la nueva sociedad que nace de dos desastres en los que el hombre es a un tiempo ejecutor y víctima. Stefan Zweig, al comenzar la Primera Guerra mundial, escribió que si es difícil conocer hasta dónde puede ser peligroso el ser humano, tampoco puede predecirse la fuerza que tiene para vencer peligros y superar pruebas. Esto último es la clave.
Son miedo, pobreza e incertidumbre los que impulsan cambios que lo fían todo a líderes soberbios cuya acción política dinamita la creencia de que la democracia lo aguanta todo. Los estados democráticos no pueden parecerse a los que no lo son y para ello hay que evitar que el ciudadano se aleje hastiado de la política y que los políticos se crean más listos de lo que son. Personajes como Trump o Bolsonaro apuestan por desacreditar la democracia, eso sí, echándole un par de huevos. Tanta estupidez solo se combate con un rearme intelectual y moral de la sociedad civil y con una regeneración política. Me he preguntado contra qué gigantes lucharía don Quijote en este tiempo que ya no existe y si el sentido común de Sancho advertiría de que con dos huevos se hacen tortillas y no democracias fuertes.
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