Secciones
Servicios
Destacamos
Niños que echan de menos el colegio; perezosos de batamanta a los que les encantaría inscribirse en un gimnasio y matarse a abdominales; escapistas de las tareas domésticas que hoy se pegan por hacer la compra; quejicas de lo que cobran en los bares del ... Caso Antiguo y que cada tarde de esta larga cuarentena añoran dar un par de vueltas por sus angulosas callejuelas sin chistar por lo que cuesta cada consumición; personas a las que jamás se les hubiera caído encima el techo del salón y que estas semanas encuentran fascinante observar cómo el tiempo se detiene en la casa...
En fin. La crisis del coronavirus está enseñando a cambiar de hábitos. Primero tuvimos que asumir el deber de adaptarnos a una realidad inconcebible que nos rebasaba. Porque, una de dos: o estas cosas solo pasaban en las películas o, en el peor de los escenarios, en países que nos quedan muy lejanos. Y, en este momento, aunque sigamos espantando bulos y teorías conspiranoicas, y gestionando el duelo por la libertad perdida a la que tan poco importancia prestábamos cuando éramos libres, al menos la mayoría ya ha sobrevivido a las dos réplicas de este tremebundo terremoto emocional: el coronamóvil y el coronasúper. Ya no se acude a las redes sociales de una manera tan frenética; no se contesta a las llamadas de teléfono tan vehementemente; las jornadas han dejado de ser un trasiego entre el Skype y el Facetime, y, lo mejor de todo, se ha vuelto a comprar alimentos arrumbando el alocado aprovisionamiento de víveres.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.