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Qué gran alegría brindó este sábado a toda a la afición riojana la UDL con su ascenso a Segunda División. Fue una noche histórica, pues en la historia hay que bucear para que un equipo de fútbol riojano diese tamaño paso.
Si los aficionados se ... pasaron de frenada no tardaremos en saberlo: al bicho cabrón le bastan quince días. Mientras tanto, degustemos este triunfo que devuelve a la capital riojana a una división mimada por las plataformas de televisión y sus cientos de miles de euros. Y si, por fin, vencemos al COVID mediante una vacuna que lo condene a la cotidianeidad de su prima la gripe, pues bienvenidos sean los hinchas de otros equipos, no menos de mil por partido en casa, que además de ver fútbol, cenarán, tomarán unas copas, dormirán, desayunarán, harán unas compras y comerán en Logroño. Nuestra ciudad haciendo caja. Música celestial para los oídos de comerciantes y hosteleros.
Más allá de los jugadores y del cuerpo técnico, todo eso volverá gracias al empeño de un empresario (a pesar de las ajustadísimas subvenciones públicas que recabó para su proyecto), que aplica a un equipo de fútbol la misma regla de oro con la que dirige sus negocios: jamás aflojar, por muy duro y decepcionante que sea el momento. Una pericia, marca de la casa, demostrada por pymes y autónomos, empeñados en hacer de cada día uno mejor que el anterior y en meter goles entre esos tres palos que delimitan las cuotas sociales, los impuestos, los salarios y los gastos fijos.
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