Dos gatos

Ha estado bien acabarlo justo antes de los sucesos de Cuba, porque sirve para recordar de nuevo cómo funciona la maquinaria asesina de la hoz y del martillo en cuanto alcanza el poder. El populismo se aprovecha siempre de la desigualdad en el mundo, y yo también tuve esa fiebre adolescente con el Ché y Fidel y las barbas de Camilo. Pero pronto entiende uno cómo son realmente las cosas y años después pude verlo con mis ojos en esa isla preciosa. Con Cuba cada cierto tiempo media España tiene la ocasión de retratarse y mirarse en el espejo de sus propias miserias morales. Negar hoy que Cuba es una dictadura, como lo son Arabia Saudí, Irán, China, Venezuela o Guinea Ecuatorial, es de una vileza infame. Ha vuelto a pasar ahora y lo bueno es que lo que esta gente dice sobre lo que ocurre allí refleja a la perfección lo que entienden por la democracia aquí.

A ellos les recomiendo yo el libro, que te da un hambre terrible al leerlo porque describe también las penurias, las hambrunas y la ruina que sembró en Rusia el régimen bolchevique. Nogales lo relata en la voz del flamenco Juan: «El hambre era espantosa (...) Muchos habitantes de Odesa se pasaban días y días sin probar bocado deambulando por las calles hasta que caían desfallecidos». Parecido a lo de Zoé Valdés, que el otro día compartió un vídeo reciente y desolador: aparecen unos niños cubanos en la calle. Están sentados alrededor de unos cartones sobre los que hay dos gatos muertos y empiezan a desollar uno para comerlo.